Derriderilio literalítico de mediatarde
“Creo que la pregunta a todo
esto es:
¿Por qué un
lector se cree mejor que otro?
Simple, por el género...
Pero,
¿quién dice
que un género es más válido que otro?”
Mariana Sardanelli, fragmento de
un comentario de
Prejuicios fantásticos y cómo evitarlos
I
Mi
iniciación en los terrenos de la literatura se gestó tempranamente desde mi
infancia con las historias de aventuras que la revista Genios publicaba con
regularidad; mi madre, que trabajaba como ama de casa en Liniers, me traía
estas ediciones, que leía con avidez. Estas versiones resumidas de Las mil y una noches, Guillermo Tell, La
cabaña del Tío Tom, El corsario rojo, La leyenda del Jinete sin Cabeza, La
posada de las dos brujas, constituyeron mi iniciación en los terrenos
literarios.
Borges
llegó a mis manos a los catorce años, y él fue mi Primer Gran Maestro: aunque
no entendía del todo sus relatos, debido a la sofisticación de su rebuscado
vocabulario, me compenetraba con la soledad y la inteligencia de sus
personajes. Me instruyó en la brevedad del cuento, en la concisión de las
palabras, en la poesía secreta del mundo.
Unos
años después llegó mi Segundo Gran Maestro, el decisivo, con el que empecé a
correr la carrera de la escritura: Stephen King. Su estilo es un equilibrio de
miedo ancestral, chorros de sangre y verosimilitud sorprendente. Me enseñó que
los monstruos no están encerrados en criptas o mansiones abandonadas: a veces
caminan entre nosotros, a veces nos esperan en un lugar tan común como puede
ser una parada del colectivo. Y a veces, nosotros somos esos monstruos.
Dos
autores completamente diferentes que definieron mi estilo literario. Uno
argentino y el otro norteamericano. El intelectual y el hombre común. El
pensador solitario y el padre de familia. El bibliotecario ciego y el
drogadicto rehabilitado. Borges, políticamente conservador; King, moralmente
transgresor. Borges, caballero de las altas sociedades; King, un novelista que
vivía en un remolque y no tenía línea telefónica en el momento en que Carrie se transformó en un éxito de
ventas. Borges reprobó, en su momento, la obra de Arlt, otro escritor argentino
que, como King, se abrió paso en el mundo editorial desde abajo; King, por otra
parte, en Mientras escribo, insta a
los de abajo a meterse en la oficina de las editoriales.
¿Por
qué escribo esto? ¿Por qué la cita robada de Mariana al principio de este
artículo?
Para
demostrar, simplemente, que la superioridad o inferioridad de géneros
literarios no existe. Cada quién elige los libros que quiere guardar en el
corazón. No hay una literatura superior o inferior a otra literatura. Los
criterios y los juicios de valor siempre serán subjetivos. Incluso los míos.
Los míos, los tuyos y los nuestros.
II
Este
razonamiento pone en jaque dos cuestiones trascendentales en la blogósfera: en
primer lugar, que la mayoría de los blogs literarios realizan reseñas, y la
reseña es un discurso que institucionaliza, consciente o inconscientemente, lo
que hay que leer y lo que no hay que leer. Si yo digo “Crepúsculo es un asco”,
estoy diciendo: “No lo leas”. Yo
quiero refutar esta idea, y lo haré más tarde.
En
segundo lugar, y en términos más generales, en este proceso de jerarquización
de lo que se lee y lo que no se lee, se produce una pugna entre diferentes
géneros literarios. Una guerra que se transforma en un juicio. Lo que atraviesa
la literatura juvenil el día de hoy. Un género que en un principio fue víctima
de definiciones imprecisas y que es, por otra parte, defendido y reivindicado
por numerosos bloggers y booktubers desde un medio que,
paradójicamente, algunos siguen contemplando con cierto recelo. Es como si
alguien, desde las sombras, nos susurrara: “¿Chicos
opinando sobre literatura? ¿En un blog? ¿Cómo se atreven?”
¡Como
si la literatura le perteneciera solamente a los intelectuales! Un hombre
llamado Lukács dijo: “La literatura es
humana.” Ella debe estar al alcance de todos los hombres,
independientemente de la existencia de una mayoría o una minoría que no lee por
causas extraliterarias. En este sentido, expropiar a los bloggers del campo de juego, segregar sus voces líquidas, colocar
los peones a un costado del tablero de ajedrez, es sacrificar una parte de la
literatura. ¿Existirían las letras sin lectores que las interpreten? En esta
operación de libre interpretación, ellos son, más que peones, caballos. Piezas
que saltean algunos casilleros establecidos por la tradición y que aterrizan en
el centro del campo de batalla. “¡Ellos
no han leído Shakespeare ni Hernández ni Kafka!” “¡No conocen los clásicos de
la literatura universal ni los fundamentos de este mundo!” “¡Ellos han
denostado a Flaubert y han rechazado a Stendhal!' '¡Han huido de Tolstoi, de
Pushkin, de Gogol y de Dostoievski!”
A
lo que yo respondo:
Ilustres sabios de la Tierra,
iluminadme,
si tanto reniegan de lo presente,
¿por qué no me han enseñado a leer el
pasado?
III
En
cierta ocasión tuve oportunidad de oficiar como profesor particular para una
estudiante de secundaria que tenía que rendir literatura. Me vi en la
obligación de explicar El Quijote.
Advertí que la empresa, que debía llegar a su fin en un par de días, era casi
imposible. Recurrí a la infalibilidad del lenguaje coloquial:
–El
protagonista es un viejo que de tanto leer libros de caballerías se volvió
loco, tomó unas cacerolas, se hizo una armadura y le prometió a Sancho Panza
unas islas para que lo siguiera.
Sorprendentemente,
la chica aprobó.
IV
El ingenioso hidalgo Don Quijote de
La Mancha es una obra clásica de la literatura
universal. El problema es que a nosotros, los jóvenes, tienen que
suministrarnos herramientas para poder comprender el contexto que rodea el
relato de Cervantes. La lectura de clásicos exige, por lo general, una
operación adicional: la de reponer todo lo que hay alrededor de la obra. Esto
no sucede con todos los clásicos: El
Principito no requiere la lectura de ningún texto académico preliminar para
disfrutarlo.
Si
un lector agarra un libro de Cortázar y lo abandona por la mitad diciendo: “No lo entiendo”, y luego toma un libro
de Paulo Coelho, no merece ser juzgado. Un boxeador, cuando comprende que su
adversario es inconmovible, retrocede unos pasos para arriesgar otro puñetazo
desde un ángulo diferente. Un ejército, ante una muralla hermética e indestructible,
rodea el fuerte para buscar una grieta en la cual meterse.
La
literatura es un laberinto de mil entradas. Si no podés entrar por una, entrás
por otra. Además, la literatura tiene todas las puertas abiertas. Si no entrás,
es porque no querés. Y si le hacés caso a alguien que dice: “Los que entran por esa puerta son unos
tontos”, le estarás haciendo caso a alguien más ignorante que vos.
V
Cada
libro es un acceso al sistema literario. ¿Cómo es la literatura? No me interesa
fijarla en una estructura. Un hombre ciego se enamora de una mujer no por el
cuerpo que no puede ver, sino por lo que en realidad es. De la misma manera
nosotros, cegados por el placer de leer, no necesitamos descuartizar el cuerpo
de la literatura en géneros y clasificaciones, sino disfrutarla tal como se nos
presenta.
VI
Hace
unos momentos dijimos que un blog de reseñas literarias instituye acerca de lo que hay que leer y lo que no. Es decir, cada
uno de nosotros, desde la comodidad del escritorio, juzgamos las obras que
pasan por nuestras manos. Somos jueces, decimos qué es lo que nos pareció bien
y qué es lo que nos pareció mal en una novela.
Yo
presenté esta hipótesis desagradable y yo mismo la voy a refutar.
Justamente,
lo que evitan los blogs es instituir.
No somos la Real Academia Española. No somos la Inquisición. No somos la Liga
de la Decencia. No somos el jurado de Bailando por un Sueño que evalúa a Edward
Cullen y Bella Swann en el último certamen. Somos lectores. Lo que hacemos es
compartir nuestra vivencia con los libros que hemos leído. El blog es un reflejo
de la experiencia literaria del lector en los tiempos postmodernos.
No
somos los jueces de toda la Tierra.
Nuestras
intenciones son estéticas, artísticas, amistosas y pacíficas...
...¿verdad?
VII
El
blog es un espacio de comunicación y de intercambio. Pero también, es la arena
de combate de un género ensangrentado que se está recuperando de sus malas
heridas. El género juvenil. Ahora, la literatura juvenil asoma en cada librería
de Buenos Aires. Disfrutémosla sin culpa. ¿No te gusta? Bueno, podés leer otra
cosa. A mí tampoco me llama la atención este género en particular. Entonces,
¿por qué lo defendés tanto?
Tal
como escribió Evelyn Beatrice Hall (y no Voltaire): “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a
decirlo.” Yo lo parafraseo con impunidad: “No siempre me gusta lo que lees, pero defenderé hasta la muerte tu
derecho a leerlo.” He manoseado algunas vacas sagradas, como la saga de Harry Potter o Las ventajas de ser invisible o la argentinísima Rafaela. Pero no persigo a sus lectores.
Anoto mis observaciones al margen, las reviso, y si coinciden con lo que yo leo
en el material primigenio en el que he basado mis frágiles
pseudo-investigaciones, lo publico.
Hay
muchos a los que no les gusta Borges y no los crucifico. Hay muchos que saben
que Harry Potter ni me fascinó hasta
el paroxismo ni me disgustó, y aún no me han dado un tiro por la espalda.
Hoy
en día, contemplo un altísimo grado de tolerancia en la blogósfera. Al menos,
en los blogs que frecuento. Aún los bloggers que cometen sincericidio. “Sí, odié Divergente, ¿y qué?” Si hay
algo mucho más saludable y menos sangriento que una corrida de toros, es leer
un blog donde el autor despotrica contra las estructuras dadas. Porque, en todo
caso, se meten con el libro.
VIII
Recapitulando:
¿qué tiene que ver que yo haya leído
Borges y King, con la polémica de la literatura juvenil, con los blogs, con mi
experiencia como profesor particular, con Bailando por un Sueño, con la frase
falsamente atribuida a Voltaire, con la cita de Mariana que puse al principio?
Es una forma, muy educada, muy rimbombante, muy esquizofrénica, muy
cuestionable, de proponer un debate, de armar una discusión, de presentar un
estilo genuino, de asegurarme que Opiniones
marginales siga siendo Opiniones
marginales. Esta es mi manera de vivir la literatura. La literatura como un
todo indivisible de otros discursos, como un bricolaje, como un caleidoscopio,
como un placentero delirio infinito, como un “coso” que se articula con la
existencia terrenal y la vida humana.
IX
Aquí
es donde debería escribir una especie de conclusión parafilosófica acerca de
todos los temas que se han propuesto a lo largo de este artículo. Pero escribir
una conclusión significa mantener una posición firme respecto a un tema y poner
fin a la discusión. Y, realmente, no creo que las cosas se agoten en un punto
final. De modo que me limito a citar la última frase del Doctor Manhattan en
Watchmen: “Nada termina nunca.”
Comentarios
Publicar un comentario