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Editorial: Dunken |
Jamás la creatividad tiene único dueño.
Camila Pujadas
Camila:
Lo que empezó
como una reseña rompe la crisálida de su propia forma para desembocar en una
carta abierta, y acaso mi obstinación por mantener tus versos al alcance de mi
mente me lleva a edulcorar lo ya escrito con aleteos mínimos, con pizcas de
ingenio textual que no pude incorporar antes por el límite de caracteres
establecido por la aduana de Instagram.
Cuesta, duele,
de hecho, llevar la armadura del crítico literario con la pura aleación de sus
metales disciplinarios, la impersonalidad de quien queriendo ser ensayista
desatura los matices de lo que lee hasta decantar las cenizas recalentadas de
su vanagloria intelectual.
No se trata de
«iluminar» el sentido de un texto, ni de domesticar la polifonía del documento
bajo el látigo de una razón instrumental. Si nuestra piel descifra el peso del
sol en el calor de los fotones, leer puede consistir, a mí parecer, en ver
nuestra epidermis como un laberinto a través del cual el canto del febo se abre
paso hasta enervar la melanina.
No todos los libros
producen los mismos efectos en todos los lectores. Coincidió tu tinta y mi pena
en esta rica espiral de singularidades fortuitas llamada mundo. Estas palabras
que (re)escribo están destinadas a una persona que no pudo haber existido en
ningún otro espacio y en ningún otro tiempo. Incluso si pudiera clonar este
texto, palabra por palabra, perdería todo el brillo del deslumbramiento que Co-Universo
en equinoccio generó en mí. Esta carta-reseña, esta especie de epifanía
poética que resiste cualquier clasificación tendenciosa, siempre estará atada a
tu nombre, por los siglos que nos queden, hasta que la gramática de nuestra
lengua castellana mute hasta lo irreconocible o hasta que la nube digital
portadora de millones de babeles wikiantes se quiebre en tormenta de datos
inaccesibles.
Y con todo,
¿qué es lo más tangible de una ola sino la fuerza instantánea con la que nos
golpea el tórax entero? Si estas palabras liminares llegan a ser dignas de
emocionarte, es porque son una ofrenda de toda la pasión que entregaste en cada
verso.
Solo queda
nombrar lo evidente: tu libro fue la chispa que encendió un remanente de pólvora
oculto en mí, que no preví alcanzar la síntesis armoniosa entre poesía y reseña
que tan vehementemente estaba buscando a través de tu obra. Si bien mis
opiniones marginales sobre distintas lecturas tienen el núcleo de la honestidad
imperturbable, si bien mi lengua poética se ha forjado una reputación de
elocuente y barroca, advierto un eco diferencial al leer esta reseña que estoy volviendo
a publicar.
¡Qué milagro el
de sentir mi son entero en el redoble perfecto de estos párrafos rítmicos! Oír
la cadencia de mi propia lengua dándole voz a las travesías de papel que
trazaste para tus lectores. Me releo y sé, a pesar de todas las sinopsis y
semblanzas que he escrito en mi condición mortal, que estas palabras, rezumantes
de ambición, traspasan para mi sorpresa el filo de mis expectativas.
Sin la gracia
de una manzana en descenso, Newton no habría concebido la ley de la gravitación
universal. Sin el dorado fruto de tu libro, no habría existido este himno al
arte escrito que tanto venero. Resguardaré en el espíritu de este escrito el
eco de tus adorables resonancias.
Que la
bendición de mi tinta, Camila, te acompañe siempre.
10/5/23
EL ÁMBAR DEL
SOL EN TUS MANOS
Pocas veces
existió un poema de este milenio que coincidiera plenamente con mi propio vacío.
No me malinterpreten: hay excelencia en tiempo presente. Lo que digo es que
pocos versos me han mordido con íntima fuerza hasta hundirme el yo en su tinta.
Vallejo y Pessoa, por nombrarlos, han merecido mis tránsitos melancólicos en su
oportunidad; por lo demás, soy afín a la prosa. Como lector, rodeado de poesía
fresca, independiente, urgente, me intuyo fantasma intocable. La aprecio,
analizó sus anatomías métricas, su composición letroquímica, pero mi corazón de
niebla no suele dejarse magnetizar, al punto de la identificación, por estrofas
de casi ninguna especie.
Será por eso
que las letras de Camila Pujadas me pesan tanto como el oro en la palma de un
mendigo. Claramente, no puedo simular imparcialidad en esta reseña. Ni me interesa
serlo.
Su libro es tan
amarillo que echa por tierra mis azules rutinarios. Sospecho que es el amarillo
de las intermitencias de los semáforos que nos ven volver a casa, en las horas
ambiguas donde no sabemos si abrazar la verdad que nos acelera el pulso
sanguíneo o amordazarnos de silencio para mantener un orden en el que no nos
sentimos cómodos. Sus poemas me recuerdan a mí (o a las partes de mí que ya no
soy o que no quiero volver a ser) en el espectro de la indeterminación. Co-Universo
en equinoccio, lejos de ser un libro gratuitamente vanguardista, expone un
indómito intimismo a través de una estructura coherente y armónica en su
heterogeneidad.
Leerte, Camila,
fue recordarme que de vez en cuando puedo sentir el sol entre mis dedos y
decirme que eso también es un milagro.
De esta
constelación de textos, seleccioné mis favoritos: «El verbo prodigioso», «El
camuflaje», «Planti-hormiga», «Luz», «Anhelo de flor», «Colibrí», «Navegando en
mí», «Escarcha», «Yo».
Cada lector a(r)mará
su propio cosmos con los satélites silvestres que ofrece Pujadas en los átomos
plácidos de sus letras.
Esta vez omito,
por obvio, el elogio a la técnica, la loa al método; la osamenta de esta obra
es sólida, gradual, plural, porque hay prójimas plumas presentes, porque Camila
no se piensa unidad autoritaria, sino complicidad artística.
El libro se
balancea desde el rigor de las décimas y se desnuda, se desvela, se desmantela
en el estrépito del verso libre y el microrrelato, se desmigaja dulcemente en
meditaciones y melodicidades.
Co-Universo en
equinoccio
es un acto de desintegración. Nos aterra sabernos glaciares quebradizos y no
soportamos derretirnos, aunque sea necesario. Nos asustan los procesos
naturales imparables. Camila ha dado un salto, y su verso nace en la
equidistancia entre los pies y la tierra, en el hueco que existe entre lo que
somos y lo que creemos que nos sostiene. Ella supo dar voz al inmenso instante
en el que todo cambia en medio de nuestra nada.
Hablar de este libro como mera novedad literaria es eclipsar la magnitud de su dimensión creativa. En una sociedad atomizada, la poesía teje vasos capilares entre cuerpos desconectados. Con esta lectura, me permití amalgamarme en el deleite del verso por el goce puro de las imágenes cotidianas que las páginas susurran. Vivimos con la presión de caminar sobre la cuerda floja de la aceptación, tememos caer en el dolor y en el rechazo. Al final del vacío hay una luz amarilla, y la voz poética de Pujadas es una gota de miel en la noche dolorosa. Su sabor en un consuelo. No una sanación, porque ni la autora ni la literatura son agentes coagulantes: es el tiempo el que irá suturando nuestras treguas.
Esta reseña (tal vez no sea tal, pero es el sustantivo que se impone) es temeraria, abstracta, pero absoluta en las impresiones que suscitó y que continuará despertando este libro. Porque un poemario, si es leído tan solo una vez por el mero deber de la primicia, se marchita; es uno quien elige volverse vulnerable ante la mariposa para dejarse tocar por ella y, en el contacto entre lo rutinario y lo autóctono (raras veces son sinónimos, más de lo que pensamos; hay que pensar qué tan propios son los actos que calzamos), surge el vértigo de lo adorable y lo inmortal. Con que mis párrafos, errabundos, perdidos, sepultados en la arenisca del algoritmo, lleguen a la autora de este prodigio, bastará para ser felices.
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