El olor a pirotecnia aún en el aire se mezclaba
con el aroma a naranjas que salía de la multitud,
que también emanaba rabia y hartazgo.
El club de los pelirrojos, de Lorena Chirino
En mi opinión,
la sinopsis es lo suficientemente contundente para establecer la clase de
historia que Lorena Chirino quiso contar:
Londres, 2030. Gina Morgan, la
“influencer” más importante del momento, desata un gran revuelo a partir de un
video blog lleno de odio, y en consecuencia a eso varios hechos de violencia
tienen lugar en los últimos meses del año alrededor del mundo. En Estados
Unidos una joven fue asesinada y a pesar de lo que el resto del mundo piense,
los miembros del club de los pelirrojos están seguros de que se trata de un
crimen de odio y el día de año nuevo intentarán buscar justicia en el viejo
continente.
«Hechos de
violencia», «joven asesinada», «crimen de odio», «buscar justicia». Si un
lector sensato presta especial atención a estos sintagmas, se dará cuenta de
que este libro anticipa el mismo impacto sensacionalista que un titular de
Crónica TV.
Una voz crítica
puede objetar que El club de los pelirrojos es demasiado fuerte. Si no
te gusta este tipo de libros o si sos una persona impresionable, podés leer
otra cosa.
Hoy quiero
analizar la primera novela de Lorena Chirino, por lo que, si todavía no leíste
este título y querés hacerlo, te recomiendo que me dejes de leer y te contactes
con la autora para saber cómo conseguirlo.
Este es un comentario crítico a la vez que una interpretación personal de una obra publicada de forma independiente, por lo que es muy probable que mi visión de lector difiera de la propia visión de la autora sobre su obra. También advierto que esta reseña contiene referencias explícitas a El perfume de Patrick Süskind, El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, además de los filmes Full Metal Jacket y Apocalypse Now. Si no querés spoilearte ninguna de estas obras, te recomiendo que dejes la lectura en este punto.
PELIRROJAS Y
PELIGROSAS
Es probable que
la idea de personas pelirrojas que se vuelven peligrosas no sea estrictamente
una novedad en la historia de la cultura occidental. En 1891, Arthur Conan
Doyle publica «La liga de los pelirrojos», uno de los muchos relatos protagonizados
por su inolvidable Sherlock Holmes. Sin embargo, la premisa de la novela de
Chirino me remite más a «Ginger Kids», el onceavo episodio de la novena
temporada de la serie South Park. El personaje de Eric Cartman cree
volverse pelirrojo debido a una broma de sus amigos, quienes quieren darle una
lección porque él discrimina constantemente a los demás. Sin embargo, se
transforma en el portavoz de las personas pelirrojas y crea un movimiento que
asume dimensiones fascistas, a tal punto que declara el exterminio total de
todos los no-colorados.
Hay ocasiones
en las que la realidad supera a la ficción por goleada… porque sí existe un
Club. Pelirrojos Club (@pelirrojosclub)
surgió en Argentina hace algunos años, una organización apolítica y sin fines
de lucro que ha realizado encuentros para reunir a personas pelirrojas del
país. Me alegra poder decir que esta iniciativa, con un palpable espíritu
solidario, asertivo y empático, supera con creces la propia ficción que
escribió Chirino en su momento, donde su Club es un pretexto argumental para
hablar de cuestiones que iremos viendo en este análisis.
Como han podido
apreciar, hice una pequeña investigación para desarrollar esta reseña. Esta
novela no es ni una narración inspirada en Pelirrojos Club, ni en el relato de
Conan Doyle, ni en el episodio de South Park. Si bien hay que leer El
club de los pelirrojos como lo que es (ficción), su escritura tematiza
elementos que pueden ponerse en correlación con ciertas cuestiones de la
posmodernidad que empiezan a deslizarse desde el principio.
La introducción
de la novela nos explica la etimología de la palabra «naranja» e incluso
refiere personalidades históricas y míticas cuyos cabellos fueron besados por
el fuego desde nacimiento. Una decisión narrativa bastante llamativa para
tratarse de un libro que desde su sinopsis mucha violencia y crudeza.
Además, hay dos
dedicatorias curiosas: una para «Ranma Saotome, la chica de cabellos de fuego»,
protagonista del manga y el anime Ranma ½; y otra para Jean Baptiste
Grenouille, el protagonista de El perfume de Patrick Süskind, quien en
cierto tramo de la novela asesina a una mujer pelirroja. Una dedicatoria para
una figura oprimida (la mujer víctima de la obsesión y el desenfreno sexual de
otros hombres) y para el opresor (el femicida que justifica sus atrocidades
bajo una lógica cosmética).
Recuerden esta
duplicidad cuando analicemos a la «antagonista» Gina Morgan, porque la novela,
a pesar de todos los comentarios que hablan del libro como un mensaje potente
contra el bullying, hace una operación de reversión muy interesante que
nos brinda nuevos horizontes de lectura.
Otro elemento
que quiero incorporar a mi análisis es el enfoque que tienen las reseñas hechas
sobre este libro en redes sociales.
Este
libro me atrapó bastante. Habla sobre temas súper importantes que me parece
genial que hayan libros que hablen sobre esto, y que además deje algo para
repensar y tomar consciencia. Trata sobre el bullying, discriminación,
estigmatización, violencia, justicia y empatía.
@bookish_ro
Quiero
destacar lo bien que están tratados los temas en el libro, me encanta la manera
en la que la autora supo dejar un claro y hermoso mensaje al final del libro,
hacía mucho tiempo que no leía un libro que tratara de tal manera un tema tan
grave y serio como lo es el bullying, que se pudiera demostrar las
consecuencias que pueden traer estos actos y que no hay que quedarse callados y
dejar que nos humillen y nos hagan sentir mal.
@mushu.review
Trata
temas serios como el bullying, la discriminación, el acoso, el maltrato y la
estigmatización, de una excelente manera. Hace reflexionar al lector sobre lo
grave que es que se minimicen estos temas. Que no hay que quedarse callados
frente a estas situaciones, que hay que hacer todo lo posible para
erradicarlas.
@booksbyludmi
En el
libro se tratan temas como el bullying, la violencia, el maltrato, la
discriminación, etc. Gracias a esta historia, me hice más consciente de cosas
que antes pasaba por alto.
Un
mensaje importante que deja esta novela es que hay que prestarle atención a lo
que publicamos en las redes, porque podemos afectar a muchas personas con
nuestras palabras.
Es un
libro que todos deberían leer y tener en cuenta los mensajes que quiere dejar
la autora.
@la_booktoker
El
plan pacifico de protesta que crearon me pareció muy creativo. No estaba de
acuerdo con los otros dos que organizaron, más que justicia, lo vi como un plan
de venganza. Pero, reflexionando y viéndolo desde una perspectiva lectora,
estas pueden llegar a ser las diferentes formas en la que a una persona le
puede afectar todo lo que pasó. ¿Está bien reaccionar así? Claro que no. Ni
Gina, ni Raven, ni algunos de los personajes actuaron de manera correcta, pero
es realista, demuestra que es lo que puede pasar si no analizamos nuestros
comportamientos y lo que mostramos en las redes.
@luckymusicbook
Me
parece genial que se hable de este tema porque es increíble la cantidad de
personas que sufren algún tipo de violencia o discriminación a diario; y muchos
de ellos pueden defenderse o salir adelante, pero otros terminan con problemas
como depresión, ansiedad o incluso, suicidandose.
@byzarabooks
Esta
novela contiene escenas, muy fuertes por cierto, de lo que es el verdadero
bullyng y el crimen de odio, además de que fueron escenas muy explícitas,
enseguida podés empatizar con los personajes, incluyendo con quienes serían los
"malos". Lo cierto es que no existe ningún personaje bueno del todo.
Y eso está genial.
@miyu3695
Es un
gran libro para reflexionar sobre el bullyng. Si bien es para cualquier edad lo
super recomiendo para que lean los adolescentes. El acoso es una cosa seria y
cambia la vida de las personas que lo sufren.
@hijadelobo.escritora
Si bien estas
reseñas son positivas y coinciden en los temas principales que aborda el libro,
tienden a matizar su contenido violento o a tratar de enmarcarlo bajo un
criterio pedagógico. Es muy probable que el formato de Instagram no les haya
permitido explayarse más, pero ninguna de ellas ha podido ahondar lo suficiente
en el aspecto formal del texto ni han ido demasiado lejos con su análisis. No
me malinterpreten, me entusiasma que este libro haya tenido esta repercusión y
que distintos lectores hayan coincidido en opiniones similares. También
entiendo que las reseñas se orientan más a describir la impresión de los
lectores y el contenido del libro, sin dar tiempo o espacio a una
interpretación o examen detallado del argumento.
Mi intención
con esta lista de citas es mostrar que la obra de Chirino tuvo una buena racha
de referencias que evidencia el interés de un público por esta clase de historias
a la vez que una interpretación bastante homogénea de sus temáticas. Si hubo
alguna reseña o comentario negativo, no lo he podido encontrar, aunque me
consta que hubo personas a las que no les gustó la novela justamente porque la
interpretaron casi como una apología de la violencia.
No hay término
medio con El club de los pelirrojos: o lo amás, o lo odiás. En el caso
de sus detractores, si los hubiese (porque no han dejado ni un rastro
perdurable en redes), puedo decir con total seguridad que han malinterpretado
la propuesta de Chirino.
De hecho, y
esta es la hipótesis que intentaré defender en esta exposición, El club de
los pelirrojos es una novela que quiere ser leída de manera «incorrecta»
por sus lectores para poner en evidencia sus contradicciones morales,
camuflando una idea bajo el tema de la discriminación.
Porque este
libro no habla del bullying, sino de la guerra.
Mejor dicho:
este libro habla del bullying como un proceso de disciplinamiento
colectivo socialmente aceptado que configura mentalidades de guerra.
Lo que nos
lleva al cine bélico.
ESTADO DE
(NO)GUERRA
Tanto Full
Metal Jacket (1987) de Stanley Kubrick como Apocalypse Now (1979) de
Francis Ford Coppola desarrollan una visión de la guerra como un proceso que
desintegra a los sujetos física y psicológicamente. Por extensión, añado la
novela El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad, la cual
inspiró el argumento de la película de Coppola.
A Kubrick le
voy a dedicar muy poco tiempo, porque es una adición de último minuto a la
reseña, pero recomiendo, si les es posible, que vean la primera parte del filme
para recapitular el vínculo entre el instructor, el sargento Hartman (R. Lee
Ermey) y los reclutas Joker (Matthew Modine) y Pyle (D’Onofrio). Sobre todo,
prestar atención a la inestabilidad mental que va desarrollando Pyle, al
sistema de castigos que implementa el instructor y a la designación de
sobrenombres como mecanismo de borramiento de la identidad.
En el filme Apocalypse
Now (1979), un grupo de soldados en el contexto de la Guerra de Vietnam
debe localizar al Coronel Kurtz (Marlon Brando), un militar cuya cordura se
tomó unas largas vacaciones en la selva camboyana, donde manda sus propias
tropas. Kurtz es un personaje que expone los horrores de la razón instrumental,
donde el ser humano es capaz de contemplar y realizar las peores atrocidades
bajo la bandera del progreso o de la patria. En un momento del filme, en una
escena memorable, el coronel admira la extrema violencia de sus enemigos,
porque las interpreta como una muestra de tenacidad, y llega a decir que, si
contara con algunos hombres así, podría terminar con la guerra.
Hasta ahora no
parece haber una conexión clara entre El club de los pelirrojos y estas
obras fílmicas, sobre todo porque la novela de Chirino se desarrolla en un
estado de no-guerra del mundo. Hasta que introducimos al filósofo Jean
Baudrillard en la ecuación con la siguiente frase:
La no-guerra se caracteriza por esa
forma degenerada de la guerra que constituyen la manipulación y la negociación
de los rehenes. Los rehenes y el chantaje son los productos más genuinos de
la disuasión. El rehén ha ocupado el lugar del guerrero. Se ha vuelto el
personaje principal, el protagonista del simulacro, o mejor dicho, en su pura
inacción, el protagonizante de la no–guerra. Los guerreros se entierran en el
desierto, únicamente los rehenes ocupan el escenario, incluidos todos nosotros
como rehenes de la información en el escenario mundial de los medios de
comunicación. El rehén es el actor fantasma, el extra que ocupa el espacio
impotente de la guerra. Ahora se trata del rehén colocado en puntos
estratégicos, mañana del rehén como regalo de Navidad, del rehén como valor de
cambio y como liquidez.
«La Guerra del Golfo no tendrá
lugar», de Jean Baudrillard (énfasis mío)
Lo
que está diciendo este tipo no es que no existen más las guerras, sino que ya
no se puede concebir la guerra como un choque de fuerzas armadas sino como un continuum
de Estados en una situación constante de disuasión mutua. Para evitar disparar
un misil, se amenaza con disparar a un rehén. Bajo esta lógica, es mucho mejor
negociar con el enemigo que destruirlo. Le tememos tanto a la posibilidad de
una guerra real que es mucho mejor trasladarla al territorio de lo virtual. De
hecho, Baudrillard agrega que:
Pasar a la acción por lo general está
mal visto: correspondería a un levantamiento brutal de la inhibición, y por lo
tanto a un proceso psicótico. Parece que esta obsesión por el paso a la acción
determina en la actualidad todos nuestros comportamientos: temor obsesivo a
todo lo real, a cualquier acontecimiento real, a cualquier violencia real, a
cualquier goce demasiado real.
Pero en El
club de los pelirrojos, hay alguien que pasó de escribir un blog a una toma
de rehenes. Alguien acaba de romper el pacto de no agresión que establece la
posmodernidad.
Hice todo este
camino teórico para tener una aproximación más definida a la mentalidad de
Raven, que compara a Gina Morgan con Hitler (p. 88). Algunas reseñas señalaban
que ella no buscaba hacer justicia sino llevar a cabo una venganza. A lo que yo
diría: «Y se quedan cortos». Raven es un personaje que está pensando en
términos de guerra global en una época de no-guerra, al menos entre Estados
Unidos e Inglaterra. Para ella, Morgan es una amenaza en tanto no reconoce su
responsabilidad por los hechos ocurridos alrededor del mundo con sus
declaraciones. Pero nuestra protagonista pelirroja no se comporta como una
activista posmoderna, sino que prefiere llevar su plan a la acción porque su
militancia desde su blog no es suficiente. Lo que la acerca, aunque sea un
poquito, al Kurtz de Apocalypse Now, a quien no le basta con estar en
zona de guerra y obedecer órdenes de sus superiores, sino hacer horas extras
masacrando gente y poniendo sus cabezas en picas para garantizar amablemente la
paz y el bienestar social.
La idea de una
atmósfera de guerra teletransportada al ámbito virtual me hace preguntar hasta
qué punto ha llegado el bullying o el ciberacoso donde no hace falta
viajar a un país en conflicto para hallar a alguien así. Detrás de una cuenta
de Twitter, hay un fanático adorador de la violencia esperando su próxima
oportunidad para destrozar el mundo, alguien que puede ser o un
seguidor de una influencer o un miembro del Club de los Pelirrojos.
En la trama del
libro, esta sociedad se dedica a interconectar a todas las personas pelirrojas
del mundo y recopilar datos sobre casos de discriminación, acoso e incluso
asesinatos. El espíritu del Club es la cooperación, la empatía y la
solidaridad. Ante las declaraciones de Gina Morgan en sus redes, y después de
presenciar las repercusiones globales de sus palabras, el «cuartel general»
toma la decisión de realizar una manifestación en Londres.
En principio,
una misión en son de paz con el objetivo de concientizar y reclamar justicia
social.
O sea, son
norteamericanos organizando una ocupación momentánea en territorio extranjero
por una causa noble y altruista, eso es algo que no puede salir mal, ¿verdad?
¿Verdad?
ESTADO DE
GUERRA INTERIOR
«Amo el olor
del napalm por la mañana» dice el personaje de Kilgore (Robert Duvall) en el
filme de Coppola, pero aquí el bombardeo es simbólico: un río de llamas
vibrantes en las calles de Londres.
Fui
triangulando este paralelismo (forzado pero útil) entre El Club de los
Pelirrojos y Apocalypse Now porque si uno lee la novela de Chirino
como un libro más, se puede llegar a malinterpretar ciertas escenas cruciales
como apología de la violencia. Lo cual es un modo de lectura bastante hipócrita
cuando en la cultura pop hay un sistema de violencias institucionalizadas
cristalizado en, por ejemplo, los superhéroes. (Porque si se trata de Batman
destrozando las costillas de unos pungas a puño limpio, parece que está todo
bien.)
El libro está
narrado desde un punto de vista que al principio simula imparcialidad porque lo
primero que hace es darnos información acerca de la historicidad de la
discriminación hacia los pelirrojos.
En la primera
versión de esta reseña, referí lo siguiente:
...en su pacto ficcional es demasiado
evidente que hay una voz narradora que cuenta la historia con un criterio moral
definido y a la vez una sospechosa e inquietante parcialidad que analizaré a
continuación. En el contexto de este futuro conjetural, la narración condena el
bullying
y la discriminación hacia las personas pelirrojas, pero no aplica la misma vara
moral cuando los perseguidos cambian de rol.
Al principio, me llamó mucho la
atención que la voz narradora condenara hechos lamentables pero a la vez
utilizara epítetos despectivos como «imbéciles» o «estúpidos»; hay pasajes
donde, a segunda interpretación, los reclamos adquieren matices punitivistas.
[...]
El club de los pelirrojos es la historia
contada por alguien que conoce los hechos y comparte los valores, convicciones
y decisiones de su representante, Margaret «Raven» Dickinson, una persona con
un espíritu justiciero, un pasado doloroso y una militancia constante; empero,
la empatía inicial que uno siente por este personaje entra en cortocircuito a
medida que avanzan los capítulos...
Y volvemos al
personaje de Kurtz, porque una cosa es leer un conflicto global desde el
exterior (el lector) y otra muy distinta es narrar la guerra dentro de la
propia guerra. La escena de Marlon Brando describiendo montañas de brazos
amputados con fascinación delirante es mortal. No solo muestra que el tipo está
más loco que una cabra en celo, sino que quiere ser como aquellos contra
los que está combatiendo. Los envidia y los admira por su temple y su capacidad
para la crueldad. El horror ha moldeado la consciencia de Kurtz hasta el punto
de una síntesis perfecta donde sujeto y guerra son indiferenciables.
—Pero Julián
—podrías decir—, este libro no se ambienta en ninguna guerra.
El Club de los
Pelirrojos no estaría tan de acuerdo.
De la noche a
la mañana, tu vida cambia por causa de una chica que inspiró a multitudes de
intolerantes, agresivos y energúmenos a ejercer violencia contra cierto tipo de
personas por el color de su cabello. Estás siendo sometida a todo tipo de
agresiones, desde miradas despectivas e insultos hasta hostigamiento en la
virtualidad y agresión física. Ya no tenés ganas ni de salir, ya no podés ir a
los lugares públicos que frecuentabas y no hay sitio seguro en un mundo donde
la voz de una influencer es ley en la aldea global.
Dentro de la
cabeza de una víctima de bullying, todo tiene el olor del napalm. Del
horror. Del miedo. De la guerra. Tu cerebro se vuelve una trinchera donde el
único objetivo claro es resistir lo más que puedas. Cualquier promesa de ayuda
es un sueño lejano. A una persona sometida a un estrés que no para, solo hay
que presionarla todos los días un poquito más, hasta ponerle un arma en las
manos y decirle: «Amigo, a mí me encanta el napalm por las mañanas».
Ni siquiera
hace falta un arma de fuego. Con un celular alcanza.
Lorena Chirino
no está justificando ninguna violencia, sino que nos transporta al hartazgo
colectivo de una comunidad abrumada ante tanta hostilidad viral que ve en la
convocatoria del Club un faro de esperanza.
GUERREROS DE LA
(IN)JUSTICIA SOCIAL
En la década de
los sesenta, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos fue el
marco sociocultural de dos modelos de resistencia social: el de Martin Luther
King, que retoma los mecanismos de manifestación pacífica de Mahatma Gandhi
enmarcado en una discursividad cristiana conciliadora; y el de Malcolm X, con
un posicionamiento más beligerante, intransigente y segregacionista (es decir,
separarse por completo de los blancos).
Me parece
legítimo recapitular esta cuestión histórica, porque El Club de los
Pelirrojos, si bien no hace referencias explícitas a esta tensión entre
resistencia pacífica o armada, se ubica en estas coordenadas,
contextualizándolas en un ámbito posmoderno.
Hoy en día, dos
conceptos en boga en nuestra hiperrealidad cotidiana es el del guerrero de
la justicia social y el de la corrección política. Hay una tercera
categoría que va de la mano con las anteriores: la cancelación. Un
dispositivo mediático de penalización colectiva para cualquier persona que se
manifieste discursiva o conductualmente en oposición a los ideales de las
vertientes progresistas. ostracismo elevado a la milésima potencia en tiempo
real. El Club de los Pelirrojos explora lo que ocurre cuando el espíritu
de la cancelación se corporiza a escala internacional. Cuando estos «guerreros»
se comportan realmente como guerreros.
La obra está
salpicada de partículas lingüísticas que integran un campo léxico de guerra. «Cuartel
general», «revolución», la maniobra de «espionaje» en redes sociales que hace
Raven a Gina, el sistema de apodos en el Club (entre ellos Killer y Thunder).
¿No les suena a algo lo de los sobrenombres? Bueno, sigamos.
En un momento
del libro, el propio Thunder indica que su abuelo es un veterano que combatió en
Malvinas. A lo que Raven responde: «…acabamos de intervenir su economía, serán
Colonia para el próximo año». Lo que me parte de risa es el hecho de que el
narrador de la historia intenta convencernos a nosotros, lectores argentinos, de
que estos son «los buenos» cuando Argentina apenas es un apéndice molesto en la
discusión geopolítica. Aunque la chica no lo haya dicho de forma sardónica, se
siente así.
Este momento,
para mí, vale oro. Como las frases de Cliff Booth (Brad Pitt) en Once Upon a
Time in Hollywood («Don’t cry in front the mexicans», «Fucking hippies
motherfuckers»), estas breves escenas nos recuerdan lo humanos y jóvenes que
son Thunder y Raven, nacidos y criados en esa idiosincrasia anglosajona cargada
de superioridad moral. Es casi como si el narrador principal olvidara o
descuidara su obligación de presentarlos como «héroes» y comentara una
microanécdota que los humaniza a un nivel más terrenal y realista. El chiste es
que es esa misma gente que condena abiertamente el nazismo como el peor horror
del planeta, pero cuando les hablan de colonialismo, esclavitud,
intervencionismo y golpes de Estado en Latinoamérica, se te quedan mirando y se
encogen de hombros en plan: «No fuimos nosotros, colega».
El viaje a
Inglaterra tiene toda la logística de una intervención bélica en el extranjero,
con una explícita declaración de guerra (#FUCKYOUGINAMORGAN). Así que tenemos a
Raven y compañía en plan: «Vinimos a ayudar».
Ahora, ¿cuál es
el verdadero peso antagónico de este personaje que ni siquiera puede entender
que lo que está a punto de ocurrir la involucra de una manera especialmente
trágica?
LA REINA
MORGANA
![]() |
Morgan-le-Fay, cuadro de Anthony Frederick Sandys (1864) |
Gina Morgan es
una influencer frívola y descarada que no es consciente de la
repercusión de sus actos ni de las consecuencias reales de sus palabras. Aunque
la narración intenta hacer por todos los medios que la odies, yo no pude verla
como un ser totalmente cruel sino como una chica privilegiada que no puede ver
más allá de su vanidad.
A primera
lectura, es probable que te resignes a recordarla como una rubia tonta, lo cual
paradójicamente es reforzar otro estereotipo. Esa es una de las sutiles ironías
del libro, porque combatiendo un prejuicio termina cayendo en otro y puedo
argumentar que esto no me parece una distracción de la autora sino que forma
parte de las dinámicas narrativas que propone la obra, aunque no me quiero
adelantar a la exposición.
La ironía que
me interesa abordar es el hecho de que, contra todo pronóstico y sentido común,
Gina Morgan, en la potencia de su negatividad, es el personaje más desarrollado
de toda la trama.
Para
analizarla, empecemos por su nombre.
«Regina»
significa «reina», y en sí mismo el nombre no nos dice nada críptico respecto a
alguien que se ve a sí misma como una reina de belleza y como una autoridad en
el imperio de cristal líquido. Sin embargo, el apellido da pie a toda una
riqueza de interpretaciones. «Morgan» deriva del galés «morcant» y significa
«nacida del mar». Hay un personaje muy importante en la cultura anglosajona,
concretamente en el ciclo artúrico, que lleva este nombre: Morgana Le Fay,
hada y hechicera, medio hermana del Rey Arturo, aprendiz del mago Merlín,
enemiga conspiradora de Camelot. Este personaje era un nombre menor en las
primeras versiones de la historia, pero su rol se fue complejizando hasta
asumir una relevancia tan capital que llegó a tener arcos argumentales de peso
en las transposiciones fílmicas de este ciclo.
En cierta rama
del mito artúrico, Morgana se vuelve enemiga de la Reina Ginebra, esposa de
Arturo, al descubrir la infidelidad de la monarca con Sir Lancelot y en otras
versiones la hechicera sufre un desencanto amoroso por sus sentimientos no
correspondidos con Guingamor o Guiomar, sobrino de la reina. De cualquier
forma, el factor sentimental marca el inicio de Morgana como un personaje
antagónico, y podemos trazar una correspondencia con lo que ocurre al principio
de esta novela: la ruptura amorosa de Gina Morgan con Jake Williams, quien se
enamora perdidamente de la pelirroja Macy Bryce.
En este
capítulo, parece haber una parodia del género romántico e incluso esa idea
solapada de amor cortés tan palpable en el ciclo artúrico. Tras la ruptura con
Williams, Gina inicia su campaña contra las personas pelirrojas.
Hay una parte
que me interesa citar, en la que Morgan arroja el monitor de su computadora
diciendo: «¡Tú tendrías que haber muerto bruja!» (sic). Tanto aquí como en la
escena de secuestro se da a entender que lo de los videoblogs fue planeado para
que, una vez viralizado su contenido tendencioso en redes, alguien más se
«ocupara» de Macy.
Si bien se nos
caracteriza a Gina como una persona con las emociones a flor de piel, hay
momentos donde toma decisiones bajo una cierta lógica, como este, donde se da a
entender que la instigación a la violencia contra los pelirrojos fue una
operación mediática calculada. ¿Qué mejor manera de eliminar un problema que
transformándolo en un asunto de orden público y qué mejores manos para ejecutar
dicha orden que las de un seguidor? En el pelotón de fusilamiento de la virtualidad,
los que aprietan el gatillo no tienen nombre. Solo acatan la voz del dios al
cual siguen.
Morgan
protagoniza otro momento de lucidez cuando la marea naranja ya está instalada
en Londres. Ella se propone responder al discurso de Raven, pero se abstiene
porque considera que una contestación inmediata arrojaría más leña al fuego.
Tanto la voz
narradora como Raven nos la quieren vender como un monstruo sin escrúpulos,
cuando en realidad Gina Morgan es una chica que quiere ser amada a toda costa
por el chico de sus sueños y que ignora las oscuras magias que reproducen los
discursos de odio hasta la viralidad. El contraste entre ella y Raven no se da
en términos de moralidad, sino de visión de mundo: Gina sería una buena villana
para una película de Disney, como Blancanieves; y Raven sería una buena
villana para una serie como The Last of Us. Una quiere que el espejito
le diga que ella es la más bonita de su reino y la otra es capaz de torturar
psicológicamente a sus víctimas hasta la locura.
Gina es un
personaje tan cortesano y arcaico en la idealización del amor romántico que no
puede ver el mundo en que habita. Un mundo donde solo hace falta que una mano
anónima pulse una tecla para destruir miles de millones de vidas.
El gran triunfo
de la industria armamentística del capitalismo tardomoderno es eliminar toda
diferencia entre el influencer que tuitea una ridiculez y el militar que
arroja una bomba atómica. En este sentido, El club de los pelirrojos
aborda de forma discreta y solapada esta cuestión, pero lo hace bien.
MAREA NARANJA
La Reina
Morgana, con la influencia global de su magia oscura, debe ser derrocada. Esa
es al menos la visión de Raven. Su plan es organizar una manifestación en
Londres, viajar hasta allí, estar presente en el acto y luego darle a Gina una
lección. Lo que implica secuestrarla y torturarla. Porque eso es lo que hacen
los héroes, ¿no?
Hay mucho por
analizar en la escena del secuestro. La idea del rehén baudrillardiana
materializada a tal punto que el arrepentimiento de Gina se graba y se viraliza.
La indumentaria de la torturadora, que utiliza una túnica estilo mortífago
(que dentro del universo cinematográfico de Harry Potter recuerdan mucho a los
trajes del Ku Klux Klan) y una máscara. El hecho de que la captora tiñe los
cabellos de su víctima, donde no solo se produce una igualación entre dos
personajes, sino que llega al punto de la inversión de los roles: Gina se
transforma en víctima y Raven, ocultando sus rasgos bajo un uniforme terrorista,
en victimaria.
Aquí es donde
florece el corazón de la oscuridad, donde aparece la verdadera villana de la
historia: Raven. Y la razón porque es la antagonista de la trama es porque
terminó siendo más astuta, cruenta y pérfida que su objetivo.
Si le hiciste
una reseña positiva a este libro y creés que las acciones de Margaret están
justificadas dentro del pacto ficcional, estás en todo tu derecho a decir: «No
es así». Debo reconocer que arriesgo mucho en mis reseñas y mis análisis llegan
a extremos inconcebiblemente lisérgicos; pero al disponer un texto en
correlación con otras obras, puedo iluminar esas aristas discretas de la novela
que están allí pero que no se evidencian a primera lectura. Por ejemplo, el
relativismo moral de Raven. Ella condena toda forma de violencia hacia los
pelirrojos, pero tiene la misma capacidad de diplomacia que un agente de la
CIA. Utiliza la manifestación de Londres como pantalla para ejecutar su plan e
incluso orquestan un escrache a la casa de Morgan arrojando naranjas. Demasiada
planificación para someter a una persona a la peor humillación de su vida al
otro lado del océano, por más que se trate de la influencer más famosa
del planeta. Demasiados riesgos y mucho que perder.
Lo que motiva a
Raven a hacer lo que hace no es una causa justa, aunque ella lo crea así. Es
como Kurtz en Apocalypse Now cuando dice que con cien hombres violentos
acabaría la guerra. Coronel, con todo respeto, mientras gobierna su rinconcito
camboyano como si fuera un dios, ¡la guerra de Vietnam continúa su curso!
Toda la novela
intentó convencernos de ponernos del lado de Raven, con sus virtudes y
defectos, y justo cuando lo consigue, ella muestra su verdadera cara a través
de una máscara naranja. Hasta podríamos decir que le ocurre lo mismo que a Rorschach
en Watchmen: esa máscara es su verdadera cara. Margaret Dickinson es la
presidente del Club de los Pelirrojos, la que está detrás del blog de la
organización y la que cree en las causas justas. Y Raven es la oscura figura en
cuyas manos está la vida y la cordura de Gina Morgan.
LA VOZ DEL
NARRADOR
Una última
cuestión: ¿quién habla en El club de los pelirrojos?
Al principio,
uno puede creer que se trata del clásico narrador omnisciente en tercera
persona. Hasta que ocurre esto:
Supongo que mucha
gente habrá estado sorprendida de que todo el cupo del espectáculo en la zona
blanca […] hubiera sido comprado exclusivamente por pelirrojos vestidos de
negro que encendían velas durante las campanadas. (Página 76, énfasis mío)
De parte de los repartidores nos
encontramos también con muchas personas cordiales, que se divertían con la
consigna; repartiendo aquella fruta acompañada de buenos deseos. (Página 77,
énfasis mío)
El libro tiene
estos giros muy sutiles que forman parte de la construcción de una voz
narradora que se identifica con lo que representa Raven. Esto es muy
importante: ella no puede narrar su propia historia. Porque hacerlo significa
aceptar su responsabilidad penal por el secuestro de Gina Morgan. Pero a la
vez, y esta es una hipótesis de lectura, porque el trauma que la condujo a
hacer lo que hizo es tan fuerte que se niega a renunciar a su máscara. Si Bruce
Wayne hubiera podido asimilar la muerte de sus padres en un proceso de luto
relativamente estable, no existiría Batman. Por lo que el libro establece la
existencia de un narrador mediador que habla en nombre de Raven y que intenta
transmitir no solo los acontecimientos alrededor de lo que pasó en Londres,
sino el razonamiento de este personaje.
¿Recuerdan que
mencioné El corazón de las tinieblas? En esa novela, la historia es
narrada por un marinero llamado Marlow, que describe su travesía para hallar a
Kurtz. La distancia entre narrador y objeto de la narración es problemática.
Primero, porque Marlow no tiene idea de cómo es la persona que busca, solo
recibe comentarios aislados y ni siquiera puede armarse una imagen de quién es.
Segundo, porque el libro dilata mucho el encuentro con ese personaje. Muchísimo.
Es raro porque es una novela corta, pero el viaje se hace largo a un nivel
kafkiano. Como si Marlow nunca llegara a destino, e incluso cuando llega, hasta
una simple caminata dura toda una eternidad, incluso cuando el autor la
describe en dos o tres frases no tan extensas. Y cuando llega… bueno, sin
palabras.
El problema no
es encontrar a un hombre loco de remate en medio de la jungla. El problema es
cómo contárselo a la civilización. Esta es la cuestión con la que se topa el
marinero al final de esa novela, y si bien no quiero decir cómo termina, el
final le da el toque de gracia a un relato que intenta contar aquella barbarie
que está al borde de las palabras.
El narrador de El
club de los pelirrojos es el caso opuesto. Está tan cerca de los
acontecimientos que no puede ver que Raven hace una lectura completamente
distorsionada del caso Gina Morgan, cegada por su deseo de venganza personal.
Si realmente hubiese pensado en el bienestar de todos los pelirrojos del mundo,
con la manifestación en Londres ya era más que suficiente. La adhesión era tal
que los medios de comunicación le estaban prestando suma atención.
No juzgo a
Raven en términos morales, sino estratégicos. Porque como los agentes de
Scotland Yard corroboren una mínima pista de lo que planeó, bastaría para
deslegitimar todos los reclamos que hizo el Club. No hace falta que todos los
políticos sean corruptos para pensar que el Estado entero lo es; con un solo
funcionario que sea visto aceptando un soborno es suficiente para poner a toda
la República en tela de juicio. Raven es la cara visible de un movimiento que
está cobrando fuerza. Ni siquiera quiso que un tercero se ocupara de la faena.
Es ella la que quiere hacerlo. Gina Morgan será una «imbécil», pero no se
escudaba bajo la bandera de ninguna militancia para justificar sus actos, y
tuvo la mínima inteligencia o la esperanza irracional de pensar que un esbirro
cumpliese mágicamente sus deseos sin que ella manchara sus manos con sangre.
El movimiento genial
que hace El club de los pelirrojos es que construye un narrador dudoso
que no se está dando cuenta de que Gina y Raven tienen muchas cosas en común, y
que está convencido (y trata de convencernos como el proselitista que es) de
que lo que hizo su referente fue lo correcto.
CONCLUSIONES
En principio,
podríamos definir este libro como un episodio de Black Mirror en tonos
naranjas. No es, en absoluto, ciencia ficción a pesar del tiempo futuro pero sí
replica sus matices cáusticos y su potencia satírica. Es más apropiado el
rótulo de ficción especulativa. Su crítica no se dirige al abuso de las
tecnologías en sí, sino a fenómenos mucho más complejos enmarcados en el
capitalismo tardomoderno.
Si la primera
vez que leí este libro me gustó mucho, releerlo bajo esta matriz crítica me
encantó. Leyendo reseñas de esta obra, había dado con un problema de recepción
que me interesaba resolver: con frecuencia, las personas que disfrutaron de
esta lectura tenían que matizar sus opiniones a la hora de compartir sus
reseñas. Es una narración cuya moraleja es «el bullying está mal», pero
su protagonista comete varios delitos en el camino para combatirlo. Lo cual
genera cierto ruido a la hora de recomendarlo.
Yo creo que,
incluso si no esto no formó parte de las intenciones conscientes de la autora
al escribir la novela, El club de los pelirrojos explora lo que ocurre
cuando llevamos a la acción la idea de justicia por mano propia más allá del
confort de la cancelación en la virtualidad. Sí, hay que tener mucha pobreza
existencial para tirar hate a la gente tras la impunidad del anonimato
en redes, pero si podemos decir ello de los odiadores de Twitter, ¿cuánto más
de las personas que llevan el tuit al acto? ¿Cuánto más de aquellos que bajo
una consigna vacía realizan acciones repudiables en la esfera pública?
También explora
qué tan asimilada está la barbarie en esas sociedades que dicen pertenecer al
Primer Mundo pero que en la praxis son espacios de exterminio para las
otredades. Marco Soler con las piernas apuñaladas en Italia y el femicidio de
Katy Simmons en Estados Unidos son simbolizaciones de estas violencias
normalizadas, y es interesante señalarlo porque esto deja implícito que la
blanquitud no es condición suficiente para una vida económica y social estable
en estas comunidades que siguen empuñando la diferencia como principio
normalizador y disciplinario. No quiero imaginarme si Chirino hubiese escrito
sobre latinos o afroamericanos.
Por último, la
hiperrealidad como un dispositivo que somete a las consciencias civiles a
niveles de estrés propios de un soldado en tiempos de guerra. Con las nuevas
tecnologías de comunicación, ahora podemos horrorizarnos con la invasión de
Ucrania y los ensayos de misiles de Corea del Norte en Full HD con comentarios
de politólogos y economistas en tiempo real. La rivalidad entre Gina y Raven
está mediada por las pantallas, en términos de un juego de guerra (wargame)
que se desarrolla a escala global y que confronta a dos arquetípicas
superpotencias del siglo XX: Estados Unidos e Inglaterra. Ambos personajes
parecen ser productos residuales de esta mentalidad en la que todos sus actos
se justifican porque dicen estar haciendo lo correcto, como la gente que apoyó
la guerra de Irak (Estados Unidos) o el colonialismo en África (Inglaterra).
Sin embargo,
estas dos fuerzas opuestas son simétricas: las dos son víctimas de los
espejismos de esta hiperrealidad donde están tan cegadas por sus propias
motivaciones que no pueden ver los términos de la realidad. Aunque Gina se
arrepienta y aunque Raven haya borrado todo rastro de su acto «justiciero», el
corazón de las tinieblas sigue intacto.
Mientras miles
de personas en Londres reclaman justicia, una chica desaparece.
Eso no es lo peor.
Hay un narrador
que te convence de que eso está bien.
Eso tampoco es
lo peor.
Lo peor es
descubrir, cuando terminás el libro, que no estás tan en desacuerdo con lo que
le ocurre a Gina, ¿verdad? Porque se lo merecía, ¿no es así? Nos libramos de un
problema menos en el mundo... ¿cierto?
Esa es la jugada maestra de El club de los pelirrojos y la razón por la que me fascina releerlo.
Restregarnos en la cara que a nosotros también nos encanta el olor a napalm por las mañanas.
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