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«El Club de los Pelirrojos» de Lorena Chirino


Editorial: Dinastía
Año: 2021
Género: novela

El olor a pirotecnia aún en el aire se mezclaba
con el aroma a naranjas que salía de la multitud,
que también emanaba rabia y hartazgo.

El club de los pelirrojos, de Lorena Chirino

 

En mi opinión, la sinopsis es lo suficientemente contundente para establecer la clase de historia que Lorena Chirino quiso contar: 

 

Londres, 2030. Gina Morgan, la “influencer” más importante del momento, desata un gran revuelo a partir de un video blog lleno de odio, y en consecuencia a eso varios hechos de violencia tienen lugar en los últimos meses del año alrededor del mundo. En Estados Unidos una joven fue asesinada y a pesar de lo que el resto del mundo piense, los miembros del club de los pelirrojos están seguros de que se trata de un crimen de odio y el día de año nuevo intentarán buscar justicia en el viejo continente.

 

«Hechos de violencia», «joven asesinada», «crimen de odio», «buscar justicia». Si un lector sensato presta especial atención a estos sintagmas, se dará cuenta de que este libro anticipa el mismo impacto sensacionalista que un titular de Crónica TV.

Una voz crítica puede objetar que El club de los pelirrojos es demasiado fuerte. Si no te gusta este tipo de libros o si sos una persona impresionable, podés leer otra cosa.

Hoy quiero analizar la primera novela de Lorena Chirino, por lo que, si todavía no leíste este título y querés hacerlo, te recomiendo que me dejes de leer y te contactes con la autora para saber cómo conseguirlo.

Este es un comentario crítico a la vez que una interpretación personal de una obra publicada de forma independiente, por lo que es muy probable que mi visión de lector difiera de la propia visión de la autora sobre su obra. También advierto que esta reseña contiene referencias explícitas a El perfume de Patrick Süskind, El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, además de los filmes Full Metal Jacket y Apocalypse Now. Si no querés spoilearte ninguna de estas obras, te recomiendo que dejes la lectura en este punto.

 

PELIRROJAS Y PELIGROSAS

 

Es probable que la idea de personas pelirrojas que se vuelven peligrosas no sea estrictamente una novedad en la historia de la cultura occidental. En 1891, Arthur Conan Doyle publica «La liga de los pelirrojos», uno de los muchos relatos protagonizados por su inolvidable Sherlock Holmes. Sin embargo, la premisa de la novela de Chirino me remite más a «Ginger Kids», el onceavo episodio de la novena temporada de la serie South Park. El personaje de Eric Cartman cree volverse pelirrojo debido a una broma de sus amigos, quienes quieren darle una lección porque él discrimina constantemente a los demás. Sin embargo, se transforma en el portavoz de las personas pelirrojas y crea un movimiento que asume dimensiones fascistas, a tal punto que declara el exterminio total de todos los no-colorados.

Hay ocasiones en las que la realidad supera a la ficción por goleada… porque sí existe un Club. Pelirrojos Club (@pelirrojosclub) surgió en Argentina hace algunos años, una organización apolítica y sin fines de lucro que ha realizado encuentros para reunir a personas pelirrojas del país. Me alegra poder decir que esta iniciativa, con un palpable espíritu solidario, asertivo y empático, supera con creces la propia ficción que escribió Chirino en su momento, donde su Club es un pretexto argumental para hablar de cuestiones que iremos viendo en este análisis.

Como han podido apreciar, hice una pequeña investigación para desarrollar esta reseña. Esta novela no es ni una narración inspirada en Pelirrojos Club, ni en el relato de Conan Doyle, ni en el episodio de South Park. Si bien hay que leer El club de los pelirrojos como lo que es (ficción), su escritura tematiza elementos que pueden ponerse en correlación con ciertas cuestiones de la posmodernidad que empiezan a deslizarse desde el principio.

La introducción de la novela nos explica la etimología de la palabra «naranja» e incluso refiere personalidades históricas y míticas cuyos cabellos fueron besados por el fuego desde nacimiento. Una decisión narrativa bastante llamativa para tratarse de un libro que desde su sinopsis mucha violencia y crudeza.

Además, hay dos dedicatorias curiosas: una para «Ranma Saotome, la chica de cabellos de fuego», protagonista del manga y el anime Ranma ½; y otra para Jean Baptiste Grenouille, el protagonista de El perfume de Patrick Süskind, quien en cierto tramo de la novela asesina a una mujer pelirroja. Una dedicatoria para una figura oprimida (la mujer víctima de la obsesión y el desenfreno sexual de otros hombres) y para el opresor (el femicida que justifica sus atrocidades bajo una lógica cosmética).

Recuerden esta duplicidad cuando analicemos a la «antagonista» Gina Morgan, porque la novela, a pesar de todos los comentarios que hablan del libro como un mensaje potente contra el bullying, hace una operación de reversión muy interesante que nos brinda nuevos horizontes de lectura.

Otro elemento que quiero incorporar a mi análisis es el enfoque que tienen las reseñas hechas sobre este libro en redes sociales.

 

Este libro me atrapó bastante. Habla sobre temas súper importantes que me parece genial que hayan libros que hablen sobre esto, y que además deje algo para repensar y tomar consciencia. Trata sobre el bullying, discriminación, estigmatización, violencia, justicia y empatía.

@bookish_ro

 

Quiero destacar lo bien que están tratados los temas en el libro, me encanta la manera en la que la autora supo dejar un claro y hermoso mensaje al final del libro, hacía mucho tiempo que no leía un libro que tratara de tal manera un tema tan grave y serio como lo es el bullying, que se pudiera demostrar las consecuencias que pueden traer estos actos y que no hay que quedarse callados y dejar que nos humillen y nos hagan sentir mal.

@mushu.review

 

Trata temas serios como el bullying, la discriminación, el acoso, el maltrato y la estigmatización, de una excelente manera. Hace reflexionar al lector sobre lo grave que es que se minimicen estos temas. Que no hay que quedarse callados frente a estas situaciones, que hay que hacer todo lo posible para erradicarlas.

@booksbyludmi

 

En el libro se tratan temas como el bullying, la violencia, el maltrato, la discriminación, etc. Gracias a esta historia, me hice más consciente de cosas que antes pasaba por alto.

Un mensaje importante que deja esta novela es que hay que prestarle atención a lo que publicamos en las redes, porque podemos afectar a muchas personas con nuestras palabras.

Es un libro que todos deberían leer y tener en cuenta los mensajes que quiere dejar la autora.

@la_booktoker

 

El plan pacifico de protesta que crearon me pareció muy creativo. No estaba de acuerdo con los otros dos que organizaron, más que justicia, lo vi como un plan de venganza. Pero, reflexionando y viéndolo desde una perspectiva lectora, estas pueden llegar a ser las diferentes formas en la que a una persona le puede afectar todo lo que pasó. ¿Está bien reaccionar así? Claro que no. Ni Gina, ni Raven, ni algunos de los personajes actuaron de manera correcta, pero es realista, demuestra que es lo que puede pasar si no analizamos nuestros comportamientos y lo que mostramos en las redes.

@luckymusicbook

 

Me parece genial que se hable de este tema porque es increíble la cantidad de personas que sufren algún tipo de violencia o discriminación a diario; y muchos de ellos pueden defenderse o salir adelante, pero otros terminan con problemas como depresión, ansiedad o incluso, suicidandose.

@byzarabooks

 

Esta novela contiene escenas, muy fuertes por cierto, de lo que es el verdadero bullyng y el crimen de odio, además de que fueron escenas muy explícitas, enseguida podés empatizar con los personajes, incluyendo con quienes serían los "malos". Lo cierto es que no existe ningún personaje bueno del todo. Y eso está genial.

@miyu3695

 

Es un gran libro para reflexionar sobre el bullyng. Si bien es para cualquier edad lo super recomiendo para que lean los adolescentes. El acoso es una cosa seria y cambia la vida de las personas que lo sufren.

@hijadelobo.escritora

 

Si bien estas reseñas son positivas y coinciden en los temas principales que aborda el libro, tienden a matizar su contenido violento o a tratar de enmarcarlo bajo un criterio pedagógico. Es muy probable que el formato de Instagram no les haya permitido explayarse más, pero ninguna de ellas ha podido ahondar lo suficiente en el aspecto formal del texto ni han ido demasiado lejos con su análisis. No me malinterpreten, me entusiasma que este libro haya tenido esta repercusión y que distintos lectores hayan coincidido en opiniones similares. También entiendo que las reseñas se orientan más a describir la impresión de los lectores y el contenido del libro, sin dar tiempo o espacio a una interpretación o examen detallado del argumento.

Mi intención con esta lista de citas es mostrar que la obra de Chirino tuvo una buena racha de referencias que evidencia el interés de un público por esta clase de historias a la vez que una interpretación bastante homogénea de sus temáticas. Si hubo alguna reseña o comentario negativo, no lo he podido encontrar, aunque me consta que hubo personas a las que no les gustó la novela justamente porque la interpretaron casi como una apología de la violencia.

No hay término medio con El club de los pelirrojos: o lo amás, o lo odiás. En el caso de sus detractores, si los hubiese (porque no han dejado ni un rastro perdurable en redes), puedo decir con total seguridad que han malinterpretado la propuesta de Chirino.

De hecho, y esta es la hipótesis que intentaré defender en esta exposición, El club de los pelirrojos es una novela que quiere ser leída de manera «incorrecta» por sus lectores para poner en evidencia sus contradicciones morales, camuflando una idea bajo el tema de la discriminación.

Porque este libro no habla del bullying, sino de la guerra.

Mejor dicho: este libro habla del bullying como un proceso de disciplinamiento colectivo socialmente aceptado que configura mentalidades de guerra.

Lo que nos lleva al cine bélico.

 

ESTADO DE (NO)GUERRA

 

Tanto Full Metal Jacket (1987) de Stanley Kubrick como Apocalypse Now (1979) de Francis Ford Coppola desarrollan una visión de la guerra como un proceso que desintegra a los sujetos física y psicológicamente. Por extensión, añado la novela El corazón de las tinieblas (1899) de Joseph Conrad, la cual inspiró el argumento de la película de Coppola.

A Kubrick le voy a dedicar muy poco tiempo, porque es una adición de último minuto a la reseña, pero recomiendo, si les es posible, que vean la primera parte del filme para recapitular el vínculo entre el instructor, el sargento Hartman (R. Lee Ermey) y los reclutas Joker (Matthew Modine) y Pyle (D’Onofrio). Sobre todo, prestar atención a la inestabilidad mental que va desarrollando Pyle, al sistema de castigos que implementa el instructor y a la designación de sobrenombres como mecanismo de borramiento de la identidad.

En el filme Apocalypse Now (1979), un grupo de soldados en el contexto de la Guerra de Vietnam debe localizar al Coronel Kurtz (Marlon Brando), un militar cuya cordura se tomó unas largas vacaciones en la selva camboyana, donde manda sus propias tropas. Kurtz es un personaje que expone los horrores de la razón instrumental, donde el ser humano es capaz de contemplar y realizar las peores atrocidades bajo la bandera del progreso o de la patria. En un momento del filme, en una escena memorable, el coronel admira la extrema violencia de sus enemigos, porque las interpreta como una muestra de tenacidad, y llega a decir que, si contara con algunos hombres así, podría terminar con la guerra.



Escena de Apocalypse Now


Hasta ahora no parece haber una conexión clara entre El club de los pelirrojos y estas obras fílmicas, sobre todo porque la novela de Chirino se desarrolla en un estado de no-guerra del mundo. Hasta que introducimos al filósofo Jean Baudrillard en la ecuación con la siguiente frase:

 

La no-guerra se caracteriza por esa forma degenerada de la guerra que constituyen la manipulación y la negociación de los rehenes. Los rehenes y el chantaje son los productos más genuinos de la disuasión. El rehén ha ocupado el lugar del guerrero. Se ha vuelto el personaje principal, el protagonista del simulacro, o mejor dicho, en su pura inacción, el protagonizante de la no–guerra. Los guerreros se entierran en el desierto, únicamente los rehenes ocupan el escenario, incluidos todos nosotros como rehenes de la información en el escenario mundial de los medios de comunicación. El rehén es el actor fantasma, el extra que ocupa el espacio impotente de la guerra. Ahora se trata del rehén colocado en puntos estratégicos, mañana del rehén como regalo de Navidad, del rehén como valor de cambio y como liquidez.

«La Guerra del Golfo no tendrá lugar», de Jean Baudrillard (énfasis mío)

 

Lo que está diciendo este tipo no es que no existen más las guerras, sino que ya no se puede concebir la guerra como un choque de fuerzas armadas sino como un continuum de Estados en una situación constante de disuasión mutua. Para evitar disparar un misil, se amenaza con disparar a un rehén. Bajo esta lógica, es mucho mejor negociar con el enemigo que destruirlo. Le tememos tanto a la posibilidad de una guerra real que es mucho mejor trasladarla al territorio de lo virtual. De hecho, Baudrillard agrega que:

 

Pasar a la acción por lo general está mal visto: correspondería a un levantamiento brutal de la inhibición, y por lo tanto a un proceso psicótico. Parece que esta obsesión por el paso a la acción determina en la actualidad todos nuestros comportamientos: temor obsesivo a todo lo real, a cualquier acontecimiento real, a cualquier violencia real, a cualquier goce demasiado real.

 

Pero en El club de los pelirrojos, hay alguien que pasó de escribir un blog a una toma de rehenes. Alguien acaba de romper el pacto de no agresión que establece la posmodernidad.

Hice todo este camino teórico para tener una aproximación más definida a la mentalidad de Raven, que compara a Gina Morgan con Hitler (p. 88). Algunas reseñas señalaban que ella no buscaba hacer justicia sino llevar a cabo una venganza. A lo que yo diría: «Y se quedan cortos». Raven es un personaje que está pensando en términos de guerra global en una época de no-guerra, al menos entre Estados Unidos e Inglaterra. Para ella, Morgan es una amenaza en tanto no reconoce su responsabilidad por los hechos ocurridos alrededor del mundo con sus declaraciones. Pero nuestra protagonista pelirroja no se comporta como una activista posmoderna, sino que prefiere llevar su plan a la acción porque su militancia desde su blog no es suficiente. Lo que la acerca, aunque sea un poquito, al Kurtz de Apocalypse Now, a quien no le basta con estar en zona de guerra y obedecer órdenes de sus superiores, sino hacer horas extras masacrando gente y poniendo sus cabezas en picas para garantizar amablemente la paz y el bienestar social.

La idea de una atmósfera de guerra teletransportada al ámbito virtual me hace preguntar hasta qué punto ha llegado el bullying o el ciberacoso donde no hace falta viajar a un país en conflicto para hallar a alguien así. Detrás de una cuenta de Twitter, hay un fanático adorador de la violencia esperando su próxima oportunidad para destrozar el mundo, alguien que puede ser o un seguidor de una influencer o un miembro del Club de los Pelirrojos.

En la trama del libro, esta sociedad se dedica a interconectar a todas las personas pelirrojas del mundo y recopilar datos sobre casos de discriminación, acoso e incluso asesinatos. El espíritu del Club es la cooperación, la empatía y la solidaridad. Ante las declaraciones de Gina Morgan en sus redes, y después de presenciar las repercusiones globales de sus palabras, el «cuartel general» toma la decisión de realizar una manifestación en Londres.

En principio, una misión en son de paz con el objetivo de concientizar y reclamar justicia social.

O sea, son norteamericanos organizando una ocupación momentánea en territorio extranjero por una causa noble y altruista, eso es algo que no puede salir mal, ¿verdad?

¿Verdad?

 

ESTADO DE GUERRA INTERIOR


«Amo el olor del napalm por la mañana» dice el personaje de Kilgore (Robert Duvall) en el filme de Coppola, pero aquí el bombardeo es simbólico: un río de llamas vibrantes en las calles de Londres.

Fui triangulando este paralelismo (forzado pero útil) entre El Club de los Pelirrojos y Apocalypse Now porque si uno lee la novela de Chirino como un libro más, se puede llegar a malinterpretar ciertas escenas cruciales como apología de la violencia. Lo cual es un modo de lectura bastante hipócrita cuando en la cultura pop hay un sistema de violencias institucionalizadas cristalizado en, por ejemplo, los superhéroes. (Porque si se trata de Batman destrozando las costillas de unos pungas a puño limpio, parece que está todo bien.)

El libro está narrado desde un punto de vista que al principio simula imparcialidad porque lo primero que hace es darnos información acerca de la historicidad de la discriminación hacia los pelirrojos. 

En la primera versión de esta reseña, referí lo siguiente:

 

...en su pacto ficcional es demasiado evidente que hay una voz narradora que cuenta la historia con un criterio moral definido y a la vez una sospechosa e inquietante parcialidad que analizaré a continuación. En el contexto de este futuro conjetural, la narración condena el bullying y la discriminación hacia las personas pelirrojas, pero no aplica la misma vara moral cuando los perseguidos cambian de rol.

Al principio, me llamó mucho la atención que la voz narradora condenara hechos lamentables pero a la vez utilizara epítetos despectivos como «imbéciles» o «estúpidos»; hay pasajes donde, a segunda interpretación, los reclamos adquieren matices punitivistas. [...] 

El club de los pelirrojos es la historia contada por alguien que conoce los hechos y comparte los valores, convicciones y decisiones de su representante, Margaret «Raven» Dickinson, una persona con un espíritu justiciero, un pasado doloroso y una militancia constante; empero, la empatía inicial que uno siente por este personaje entra en cortocircuito a medida que avanzan los capítulos...

 

Y volvemos al personaje de Kurtz, porque una cosa es leer un conflicto global desde el exterior (el lector) y otra muy distinta es narrar la guerra dentro de la propia guerra. La escena de Marlon Brando describiendo montañas de brazos amputados con fascinación delirante es mortal. No solo muestra que el tipo está más loco que una cabra en celo, sino que quiere ser como aquellos contra los que está combatiendo. Los envidia y los admira por su temple y su capacidad para la crueldad. El horror ha moldeado la consciencia de Kurtz hasta el punto de una síntesis perfecta donde sujeto y guerra son indiferenciables.

—Pero Julián —podrías decir—, este libro no se ambienta en ninguna guerra.

El Club de los Pelirrojos no estaría tan de acuerdo.

De la noche a la mañana, tu vida cambia por causa de una chica que inspiró a multitudes de intolerantes, agresivos y energúmenos a ejercer violencia contra cierto tipo de personas por el color de su cabello. Estás siendo sometida a todo tipo de agresiones, desde miradas despectivas e insultos hasta hostigamiento en la virtualidad y agresión física. Ya no tenés ganas ni de salir, ya no podés ir a los lugares públicos que frecuentabas y no hay sitio seguro en un mundo donde la voz de una influencer es ley en la aldea global.

Dentro de la cabeza de una víctima de bullying, todo tiene el olor del napalm. Del horror. Del miedo. De la guerra. Tu cerebro se vuelve una trinchera donde el único objetivo claro es resistir lo más que puedas. Cualquier promesa de ayuda es un sueño lejano. A una persona sometida a un estrés que no para, solo hay que presionarla todos los días un poquito más, hasta ponerle un arma en las manos y decirle: «Amigo, a mí me encanta el napalm por las mañanas».

Ni siquiera hace falta un arma de fuego. Con un celular alcanza.

Lorena Chirino no está justificando ninguna violencia, sino que nos transporta al hartazgo colectivo de una comunidad abrumada ante tanta hostilidad viral que ve en la convocatoria del Club un faro de esperanza.

 

GUERREROS DE LA (IN)JUSTICIA SOCIAL

 

En la década de los sesenta, el movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos fue el marco sociocultural de dos modelos de resistencia social: el de Martin Luther King, que retoma los mecanismos de manifestación pacífica de Mahatma Gandhi enmarcado en una discursividad cristiana conciliadora; y el de Malcolm X, con un posicionamiento más beligerante, intransigente y segregacionista (es decir, separarse por completo de los blancos).

Me parece legítimo recapitular esta cuestión histórica, porque El Club de los Pelirrojos, si bien no hace referencias explícitas a esta tensión entre resistencia pacífica o armada, se ubica en estas coordenadas, contextualizándolas en un ámbito posmoderno.

Hoy en día, dos conceptos en boga en nuestra hiperrealidad cotidiana es el del guerrero de la justicia social y el de la corrección política. Hay una tercera categoría que va de la mano con las anteriores: la cancelación. Un dispositivo mediático de penalización colectiva para cualquier persona que se manifieste discursiva o conductualmente en oposición a los ideales de las vertientes progresistas. ostracismo elevado a la milésima potencia en tiempo real. El Club de los Pelirrojos explora lo que ocurre cuando el espíritu de la cancelación se corporiza a escala internacional. Cuando estos «guerreros» se comportan realmente como guerreros.

La obra está salpicada de partículas lingüísticas que integran un campo léxico de guerra. «Cuartel general», «revolución», la maniobra de «espionaje» en redes sociales que hace Raven a Gina, el sistema de apodos en el Club (entre ellos Killer y Thunder). ¿No les suena a algo lo de los sobrenombres? Bueno, sigamos.

En un momento del libro, el propio Thunder indica que su abuelo es un veterano que combatió en Malvinas. A lo que Raven responde: «…acabamos de intervenir su economía, serán Colonia para el próximo año». Lo que me parte de risa es el hecho de que el narrador de la historia intenta convencernos a nosotros, lectores argentinos, de que estos son «los buenos» cuando Argentina apenas es un apéndice molesto en la discusión geopolítica. Aunque la chica no lo haya dicho de forma sardónica, se siente así.

Este momento, para mí, vale oro. Como las frases de Cliff Booth (Brad Pitt) en Once Upon a Time in Hollywood («Don’t cry in front the mexicans», «Fucking hippies motherfuckers»), estas breves escenas nos recuerdan lo humanos y jóvenes que son Thunder y Raven, nacidos y criados en esa idiosincrasia anglosajona cargada de superioridad moral. Es casi como si el narrador principal olvidara o descuidara su obligación de presentarlos como «héroes» y comentara una microanécdota que los humaniza a un nivel más terrenal y realista. El chiste es que es esa misma gente que condena abiertamente el nazismo como el peor horror del planeta, pero cuando les hablan de colonialismo, esclavitud, intervencionismo y golpes de Estado en Latinoamérica, se te quedan mirando y se encogen de hombros en plan: «No fuimos nosotros, colega».

El viaje a Inglaterra tiene toda la logística de una intervención bélica en el extranjero, con una explícita declaración de guerra (#FUCKYOUGINAMORGAN). Así que tenemos a Raven y compañía en plan: «Vinimos a ayudar».

Ahora, ¿cuál es el verdadero peso antagónico de este personaje que ni siquiera puede entender que lo que está a punto de ocurrir la involucra de una manera especialmente trágica?

 

LA REINA MORGANA



Morgan-le-Fay
, cuadro de Anthony Frederick Sandys (1864)

 

Gina Morgan es una influencer frívola y descarada que no es consciente de la repercusión de sus actos ni de las consecuencias reales de sus palabras. Aunque la narración intenta hacer por todos los medios que la odies, yo no pude verla como un ser totalmente cruel sino como una chica privilegiada que no puede ver más allá de su vanidad.

A primera lectura, es probable que te resignes a recordarla como una rubia tonta, lo cual paradójicamente es reforzar otro estereotipo. Esa es una de las sutiles ironías del libro, porque combatiendo un prejuicio termina cayendo en otro y puedo argumentar que esto no me parece una distracción de la autora sino que forma parte de las dinámicas narrativas que propone la obra, aunque no me quiero adelantar a la exposición.

La ironía que me interesa abordar es el hecho de que, contra todo pronóstico y sentido común, Gina Morgan, en la potencia de su negatividad, es el personaje más desarrollado de toda la trama.

Para analizarla, empecemos por su nombre.

«Regina» significa «reina», y en sí mismo el nombre no nos dice nada críptico respecto a alguien que se ve a sí misma como una reina de belleza y como una autoridad en el imperio de cristal líquido. Sin embargo, el apellido da pie a toda una riqueza de interpretaciones. «Morgan» deriva del galés «morcant» y significa «nacida del mar». Hay un personaje muy importante en la cultura anglosajona, concretamente en el ciclo artúrico, que lleva este nombre: Morgana Le Fay, hada y hechicera, medio hermana del Rey Arturo, aprendiz del mago Merlín, enemiga conspiradora de Camelot. Este personaje era un nombre menor en las primeras versiones de la historia, pero su rol se fue complejizando hasta asumir una relevancia tan capital que llegó a tener arcos argumentales de peso en las transposiciones fílmicas de este ciclo.

En cierta rama del mito artúrico, Morgana se vuelve enemiga de la Reina Ginebra, esposa de Arturo, al descubrir la infidelidad de la monarca con Sir Lancelot y en otras versiones la hechicera sufre un desencanto amoroso por sus sentimientos no correspondidos con Guingamor o Guiomar, sobrino de la reina. De cualquier forma, el factor sentimental marca el inicio de Morgana como un personaje antagónico, y podemos trazar una correspondencia con lo que ocurre al principio de esta novela: la ruptura amorosa de Gina Morgan con Jake Williams, quien se enamora perdidamente de la pelirroja Macy Bryce.

En este capítulo, parece haber una parodia del género romántico e incluso esa idea solapada de amor cortés tan palpable en el ciclo artúrico. Tras la ruptura con Williams, Gina inicia su campaña contra las personas pelirrojas.

Hay una parte que me interesa citar, en la que Morgan arroja el monitor de su computadora diciendo: «¡Tú tendrías que haber muerto bruja!» (sic). Tanto aquí como en la escena de secuestro se da a entender que lo de los videoblogs fue planeado para que, una vez viralizado su contenido tendencioso en redes, alguien más se «ocupara» de Macy.

Si bien se nos caracteriza a Gina como una persona con las emociones a flor de piel, hay momentos donde toma decisiones bajo una cierta lógica, como este, donde se da a entender que la instigación a la violencia contra los pelirrojos fue una operación mediática calculada. ¿Qué mejor manera de eliminar un problema que transformándolo en un asunto de orden público y qué mejores manos para ejecutar dicha orden que las de un seguidor? En el pelotón de fusilamiento de la virtualidad, los que aprietan el gatillo no tienen nombre. Solo acatan la voz del dios al cual siguen.

Morgan protagoniza otro momento de lucidez cuando la marea naranja ya está instalada en Londres. Ella se propone responder al discurso de Raven, pero se abstiene porque considera que una contestación inmediata arrojaría más leña al fuego.

Tanto la voz narradora como Raven nos la quieren vender como un monstruo sin escrúpulos, cuando en realidad Gina Morgan es una chica que quiere ser amada a toda costa por el chico de sus sueños y que ignora las oscuras magias que reproducen los discursos de odio hasta la viralidad. El contraste entre ella y Raven no se da en términos de moralidad, sino de visión de mundo: Gina sería una buena villana para una película de Disney, como Blancanieves; y Raven sería una buena villana para una serie como The Last of Us. Una quiere que el espejito le diga que ella es la más bonita de su reino y la otra es capaz de torturar psicológicamente a sus víctimas hasta la locura.

Gina es un personaje tan cortesano y arcaico en la idealización del amor romántico que no puede ver el mundo en que habita. Un mundo donde solo hace falta que una mano anónima pulse una tecla para destruir miles de millones de vidas.

El gran triunfo de la industria armamentística del capitalismo tardomoderno es eliminar toda diferencia entre el influencer que tuitea una ridiculez y el militar que arroja una bomba atómica. En este sentido, El club de los pelirrojos aborda de forma discreta y solapada esta cuestión, pero lo hace bien.

 

MAREA NARANJA

 

La Reina Morgana, con la influencia global de su magia oscura, debe ser derrocada. Esa es al menos la visión de Raven. Su plan es organizar una manifestación en Londres, viajar hasta allí, estar presente en el acto y luego darle a Gina una lección. Lo que implica secuestrarla y torturarla. Porque eso es lo que hacen los héroes, ¿no?

Hay mucho por analizar en la escena del secuestro. La idea del rehén baudrillardiana materializada a tal punto que el arrepentimiento de Gina se graba y se viraliza. La indumentaria de la torturadora, que utiliza una túnica estilo mortífago (que dentro del universo cinematográfico de Harry Potter recuerdan mucho a los trajes del Ku Klux Klan) y una máscara. El hecho de que la captora tiñe los cabellos de su víctima, donde no solo se produce una igualación entre dos personajes, sino que llega al punto de la inversión de los roles: Gina se transforma en víctima y Raven, ocultando sus rasgos bajo un uniforme terrorista, en victimaria.

Aquí es donde florece el corazón de la oscuridad, donde aparece la verdadera villana de la historia: Raven. Y la razón porque es la antagonista de la trama es porque terminó siendo más astuta, cruenta y pérfida que su objetivo.

Si le hiciste una reseña positiva a este libro y creés que las acciones de Margaret están justificadas dentro del pacto ficcional, estás en todo tu derecho a decir: «No es así». Debo reconocer que arriesgo mucho en mis reseñas y mis análisis llegan a extremos inconcebiblemente lisérgicos; pero al disponer un texto en correlación con otras obras, puedo iluminar esas aristas discretas de la novela que están allí pero que no se evidencian a primera lectura. Por ejemplo, el relativismo moral de Raven. Ella condena toda forma de violencia hacia los pelirrojos, pero tiene la misma capacidad de diplomacia que un agente de la CIA. Utiliza la manifestación de Londres como pantalla para ejecutar su plan e incluso orquestan un escrache a la casa de Morgan arrojando naranjas. Demasiada planificación para someter a una persona a la peor humillación de su vida al otro lado del océano, por más que se trate de la influencer más famosa del planeta. Demasiados riesgos y mucho que perder.

Lo que motiva a Raven a hacer lo que hace no es una causa justa, aunque ella lo crea así. Es como Kurtz en Apocalypse Now cuando dice que con cien hombres violentos acabaría la guerra. Coronel, con todo respeto, mientras gobierna su rinconcito camboyano como si fuera un dios, ¡la guerra de Vietnam continúa su curso!

Toda la novela intentó convencernos de ponernos del lado de Raven, con sus virtudes y defectos, y justo cuando lo consigue, ella muestra su verdadera cara a través de una máscara naranja. Hasta podríamos decir que le ocurre lo mismo que a Rorschach en Watchmen: esa máscara es su verdadera cara. Margaret Dickinson es la presidente del Club de los Pelirrojos, la que está detrás del blog de la organización y la que cree en las causas justas. Y Raven es la oscura figura en cuyas manos está la vida y la cordura de Gina Morgan.

 

LA VOZ DEL NARRADOR

 

Una última cuestión: ¿quién habla en El club de los pelirrojos?

Al principio, uno puede creer que se trata del clásico narrador omnisciente en tercera persona. Hasta que ocurre esto:

 

Supongo que mucha gente habrá estado sorprendida de que todo el cupo del espectáculo en la zona blanca […] hubiera sido comprado exclusivamente por pelirrojos vestidos de negro que encendían velas durante las campanadas. (Página 76, énfasis mío)

 

De parte de los repartidores nos encontramos también con muchas personas cordiales, que se divertían con la consigna; repartiendo aquella fruta acompañada de buenos deseos. (Página 77, énfasis mío)

 

El libro tiene estos giros muy sutiles que forman parte de la construcción de una voz narradora que se identifica con lo que representa Raven. Esto es muy importante: ella no puede narrar su propia historia. Porque hacerlo significa aceptar su responsabilidad penal por el secuestro de Gina Morgan. Pero a la vez, y esta es una hipótesis de lectura, porque el trauma que la condujo a hacer lo que hizo es tan fuerte que se niega a renunciar a su máscara. Si Bruce Wayne hubiera podido asimilar la muerte de sus padres en un proceso de luto relativamente estable, no existiría Batman. Por lo que el libro establece la existencia de un narrador mediador que habla en nombre de Raven y que intenta transmitir no solo los acontecimientos alrededor de lo que pasó en Londres, sino el razonamiento de este personaje.



¿Recuerdan que mencioné El corazón de las tinieblas? En esa novela, la historia es narrada por un marinero llamado Marlow, que describe su travesía para hallar a Kurtz. La distancia entre narrador y objeto de la narración es problemática. Primero, porque Marlow no tiene idea de cómo es la persona que busca, solo recibe comentarios aislados y ni siquiera puede armarse una imagen de quién es. Segundo, porque el libro dilata mucho el encuentro con ese personaje. Muchísimo. Es raro porque es una novela corta, pero el viaje se hace largo a un nivel kafkiano. Como si Marlow nunca llegara a destino, e incluso cuando llega, hasta una simple caminata dura toda una eternidad, incluso cuando el autor la describe en dos o tres frases no tan extensas. Y cuando llega… bueno, sin palabras.

El problema no es encontrar a un hombre loco de remate en medio de la jungla. El problema es cómo contárselo a la civilización. Esta es la cuestión con la que se topa el marinero al final de esa novela, y si bien no quiero decir cómo termina, el final le da el toque de gracia a un relato que intenta contar aquella barbarie que está al borde de las palabras.

El narrador de El club de los pelirrojos es el caso opuesto. Está tan cerca de los acontecimientos que no puede ver que Raven hace una lectura completamente distorsionada del caso Gina Morgan, cegada por su deseo de venganza personal. Si realmente hubiese pensado en el bienestar de todos los pelirrojos del mundo, con la manifestación en Londres ya era más que suficiente. La adhesión era tal que los medios de comunicación le estaban prestando suma atención.

No juzgo a Raven en términos morales, sino estratégicos. Porque como los agentes de Scotland Yard corroboren una mínima pista de lo que planeó, bastaría para deslegitimar todos los reclamos que hizo el Club. No hace falta que todos los políticos sean corruptos para pensar que el Estado entero lo es; con un solo funcionario que sea visto aceptando un soborno es suficiente para poner a toda la República en tela de juicio. Raven es la cara visible de un movimiento que está cobrando fuerza. Ni siquiera quiso que un tercero se ocupara de la faena. Es ella la que quiere hacerlo. Gina Morgan será una «imbécil», pero no se escudaba bajo la bandera de ninguna militancia para justificar sus actos, y tuvo la mínima inteligencia o la esperanza irracional de pensar que un esbirro cumpliese mágicamente sus deseos sin que ella manchara sus manos con sangre.

El movimiento genial que hace El club de los pelirrojos es que construye un narrador dudoso que no se está dando cuenta de que Gina y Raven tienen muchas cosas en común, y que está convencido (y trata de convencernos como el proselitista que es) de que lo que hizo su referente fue lo correcto.

 

CONCLUSIONES

 

En principio, podríamos definir este libro como un episodio de Black Mirror en tonos naranjas. No es, en absoluto, ciencia ficción a pesar del tiempo futuro pero sí replica sus matices cáusticos y su potencia satírica. Es más apropiado el rótulo de ficción especulativa. Su crítica no se dirige al abuso de las tecnologías en sí, sino a fenómenos mucho más complejos enmarcados en el capitalismo tardomoderno. 

Si la primera vez que leí este libro me gustó mucho, releerlo bajo esta matriz crítica me encantó. Leyendo reseñas de esta obra, había dado con un problema de recepción que me interesaba resolver: con frecuencia, las personas que disfrutaron de esta lectura tenían que matizar sus opiniones a la hora de compartir sus reseñas. Es una narración cuya moraleja es «el bullying está mal», pero su protagonista comete varios delitos en el camino para combatirlo. Lo cual genera cierto ruido a la hora de recomendarlo.

Yo creo que, incluso si no esto no formó parte de las intenciones conscientes de la autora al escribir la novela, El club de los pelirrojos explora lo que ocurre cuando llevamos a la acción la idea de justicia por mano propia más allá del confort de la cancelación en la virtualidad. Sí, hay que tener mucha pobreza existencial para tirar hate a la gente tras la impunidad del anonimato en redes, pero si podemos decir ello de los odiadores de Twitter, ¿cuánto más de las personas que llevan el tuit al acto? ¿Cuánto más de aquellos que bajo una consigna vacía realizan acciones repudiables en la esfera pública?

También explora qué tan asimilada está la barbarie en esas sociedades que dicen pertenecer al Primer Mundo pero que en la praxis son espacios de exterminio para las otredades. Marco Soler con las piernas apuñaladas en Italia y el femicidio de Katy Simmons en Estados Unidos son simbolizaciones de estas violencias normalizadas, y es interesante señalarlo porque esto deja implícito que la blanquitud no es condición suficiente para una vida económica y social estable en estas comunidades que siguen empuñando la diferencia como principio normalizador y disciplinario. No quiero imaginarme si Chirino hubiese escrito sobre latinos o afroamericanos.

Por último, la hiperrealidad como un dispositivo que somete a las consciencias civiles a niveles de estrés propios de un soldado en tiempos de guerra. Con las nuevas tecnologías de comunicación, ahora podemos horrorizarnos con la invasión de Ucrania y los ensayos de misiles de Corea del Norte en Full HD con comentarios de politólogos y economistas en tiempo real. La rivalidad entre Gina y Raven está mediada por las pantallas, en términos de un juego de guerra (wargame) que se desarrolla a escala global y que confronta a dos arquetípicas superpotencias del siglo XX: Estados Unidos e Inglaterra. Ambos personajes parecen ser productos residuales de esta mentalidad en la que todos sus actos se justifican porque dicen estar haciendo lo correcto, como la gente que apoyó la guerra de Irak (Estados Unidos) o el colonialismo en África (Inglaterra).

Sin embargo, estas dos fuerzas opuestas son simétricas: las dos son víctimas de los espejismos de esta hiperrealidad donde están tan cegadas por sus propias motivaciones que no pueden ver los términos de la realidad. Aunque Gina se arrepienta y aunque Raven haya borrado todo rastro de su acto «justiciero», el corazón de las tinieblas sigue intacto.

Mientras miles de personas en Londres reclaman justicia, una chica desaparece.

Eso no es lo peor.

Hay un narrador que te convence de que eso está bien.

Eso tampoco es lo peor.

Lo peor es descubrir, cuando terminás el libro, que no estás tan en desacuerdo con lo que le ocurre a Gina, ¿verdad? Porque se lo merecía, ¿no es así? Nos libramos de un problema menos en el mundo... ¿cierto?

Esa es la jugada maestra de El club de los pelirrojos y la razón por la que me fascina releerlo.

Restregarnos en la cara que a nosotros también nos encanta el olor a napalm por las mañanas.

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