Ir al contenido principal

«Los demasiados libros» de Gabriel Zaid


Pensé mucho en la primera reseña que quería publicar en este blog y me pregunté: «¿Qué obra marcó un antes y un después en mi visión de la literatura?». Podría haber reseñado Mientras escribo de Stephen King, el libro que me hizo querer ser escritor y que hoy es incluso un instrumento programático en talleres de escritura creativa en nuestras latitudes. Una reseña para más adelante.

Sin embargo, hubo una lectura iluminadora que indagó en las brumas del mundo editorial y que osó tocar cuestiones espinosas del mercado de los libros. Un libro que señala los elefantes en la habitación que no queremos ver.

Por esta razón hoy quiero reseñar Los demasiados libros de Gabriel Zaid.

 

MUCHOS LIBROS, POCAS MENTES

 

«La humanidad publica un libro cada medio minuto» sentencia Zaid. Un diagnóstico que podría, a simple lectura, denotar un crecimiento cultural, aunque la realidad es un poco más complicada que esto.

El autor nos apuñala con una paradoja difícil de confrontar: más libros no significa más lectura ni más lectores. El ensayo empieza señalando que es más fácil comprar libros que terminar de leerlos. En el idioma japonés existe una palabra que define la acumulación de libros sin leer: tsundoku. Como lectores, o como poseedores de libros, esta acumulación tiene matices románticos. Pero ante nuestro coleccionismo sentimental, Zaid nos presenta datos duros que rinden cuenta de los nuevos desafíos de una industria editorial que se empecina en mantener ciertas prácticas de publicación tradicional cuando la lectura no tiene el mismo ritmo que la velocidad de las imprentas.

Hoy en día, para la mayoría de personas que quieren leerlo todo, los libros son armas de un solo uso. Forzosamente, si querés terminar tu lista de libros pendientes o si querés conseguir el próximo título de tu autor favorito sin remordimientos, tenés que leer a las chapas, y aun así tu ritmo de lectura no puede abarcar la totalidad de todo lo que publicó la raza humana.

Mientras estas leyendo esto, están surgiendo nuevos autores alrededor del mundo, autores que seguramente no leerás jamás aunque escriban en tu idioma materno, autores que no leerás aunque afirmes con toda la sinceridad del mundo lo importante que es leer autores nacionales.

Los demasiados libros empieza diciéndonos lo que no queremos oír. Para cualquier escritor en ciernes, esta lectura es por lo menos provocativa, hiere su orgullo de artista, porque desafía sus expectativas respecto a su idea de «éxito literario». Uno sueña con ser leído por miles de personas, firmar ejemplares en una feria del libro hasta que se le acalambre la muñeca y dejar una huella en el mundo. El problema es que confundimos «vender» con «ser leídos» y Zaid nos recuerda que esas huellas no son tales, son volúmenes impresos que ocupan un lugar físico en el mundo y deben llegar de alguna forma a las manos de los lectores correctos. Entonces, uno puede pensar: «Excelente, ahora nos va a dar consejos acerca de cómo vender mejor mi libro».

Pero Zaid no le va a hablar al autor.

Le habla al editor, al librero, al bibliotecario, a quien preside un club de lectura y a quienes participan del resto del circuito del libro.

Aunque esta obra se publicó mucho antes de que se acuñara el término bookfluencers, esta comunidad también, por añadidura, está comprometida en la tesis, por lo que me parece pertinente que ellos puedan ser lectores de este ensayo.

Zaid hace un diagnóstico general del panorama de principios de siglo XXI con mucha lucidez y precisión. Acá no vale la excusa de echarle la culpa al autor best seller porque «vende más que yo». Ni tampoco podemos echarle la culpa a la televisión o los videojuegos. Lo cierto es que estamos en una era tecnológica sin precedentes en la historia de la humanidad donde hasta podés leer esto en tu teléfono celular. Si la gente realmente «no leyera» como suelen decir las voces más apocalípticas, todas las editoriales y librerías estarían en bancarrota. De todas formas, siempre terminamos hablando de la situación crítica de la industria editorial o del malestar de los autores ante un panorama incierto. O sea, lo normal en Latinoamérica, pero lo crítico siempre está en la base económica y es un tema que amerita otro debate.

Zaid, lejos de echarle la culpa al alto precio de los libros o incluso a la analfabetización, los chivos expiatorios más inmediatos, apunta hacia otro lado que tal vez mucha gente no podría haber visto venir:

 

El problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir.

 

El problema no es que los libros no sean leídos, sino que sea la misma gente la que lee los mismos libros una y otra vez y además se quieren volver escritores para ser leídos por ese mismo círculo que lee los mismos libros y así. Uno podría objetar que hay muchos más clubes de lectura o tertulias literarias en el presente, pero como se cierren en sí mismas imitando ese comportamiento iterativo y no salgan de su ombligo para esparcir la lectura en la conversación, la difusión llega a ese punto muerto que el ensayista tanto teme.

Como dije, Zaid es esa voz que nos dice lo que no queremos oír, y lo hace con argumentos consistentes. Si uno lee fragmentos de su obra de forma aislada, puede llegar a la conclusión equivocada de que el autor es el típico fanfarrón elitista que critica el mercado del libro. Superadas las primeras impresiones, sus proposiciones son razonables y coherentes. De hecho, él tiene en buena estima las innovaciones tecnológicas, las editoriales independientes, las librerías «de barrio» y las ediciones bajo demanda como dinámicas que favorecen que una cantidad de ejemplares limitados llegue a la gente que realmente tenga el tiempo, las ganas y el deseo de leerlos.

 

DE BOCA EN BOCA

 

Uno de los ejes de la tesis de Zaid, al que le dedicará todo un capítulo, es la idea de que el libro verdaderamente cobra vida en la conversación, en el «de boca en boca», en la sinergia de la charla, más que en la mera reseña académica.

 

La cultura es conversación, animación, inspiración. La promoción del libro que nos importa no puede limitarse a aumentar las ventas, los tirajes, los títulos, las noticias, los actos culturales, los empleos, el gasto y todas las cantidades que conviene medir. Lo importante es la animación creadora que se puede observar, aunque no medir; que nos puede orientar para saber si vamos bien, aunque no hay recetas para desarrollarla.

 

Zaid le da mucha prioridad al intercambio fuera del libro como obra de arte, lo cual me parece muy importante porque él evita pensar en términos de «calidad literaria» o «falta de reconocimiento». El libro es una mercancía sujeta a las tendencias del mercado, lo quieras o no, pero esos factores que se traducen en cifras y gastos no dejan de ser consecuencia de nuestra actitud ante el producto.

El énfasis de Zaid no está en criticar al objeto de consumo en sí mismo, sino subrayar la importancia de nuestra consciencia lectora e iluminando las dimensiones potenciales de nuestra participación dentro de este circuito.

Hay momentos donde hace gala de un sentido del humor desopilante y otros donde puede llegar a ponerse muy técnico según la materia del capítulo, pero Los demasiados libros sigue siendo una lectura fluida y atrapante que se fue actualizando con el paso de los años. Su primera edición data de 1972 y en el curso de las décadas se fueron añadiendo más textos, sobre todo para no perder de vista la evolución de las plataformas digitales de comercialización de libros. Este título fue una recomendación imperativa de una colega editora y su sugerencia dio en el clavo con el tipo de lector que soy.

Este fue el libro que me hizo decir: «No voy a publicar más». Porque me brindó una mayor consciencia del rol que yo quería ocupar dentro de esta imbricada red de intercambios que es la literatura. Entendí que publicar más libros no me hace más escritor de lo que ya soy y que tal vez mi mayor aporte sea lo que quiero hacer en Opiniones Marginales: divulgar la literatura más que producirla. Hay una obsesión por cultivar una imagen de autor que se funda en la ilusión de continuidad de una trayectoria literaria. El efecto King, si hay que ponerle un nombre: esa visión romantizada de un escritor que la rompe con un libro y luego vienen ríos embravecidos de publicaciones que cautivarán a las masas.

Sin embargo, ¿cuántos libros necesitó Juan Rulfo para sellar su destino como autor en las letras de Latinoamérica? ¿Cuántos libros escribió Harper Lee para merecer la fervorosa admiración de varias generaciones de lectores en Estados Unidos y el resto del mundo?

¿Y si nuestro propio destino literario consiste únicamente en ser leídos por diez personas? ¿Seguiríamos escribiendo de todas formas?

Zaid no nos hace estas preguntas directamente, pero sus reflexiones nos empujan a cuestionarnos nuestras expectativas en torno a una «obra publicada», si es el libro en sí mismo lo que nos enriquece como seres humanos o si es justamente su interacción con un entorno que lo lee lo que produce esta sedimentación de interpretaciones que resignifican la obra más allá de la voluntad del autor.

Como dije, este libro me liberó del ansia de seguir publicando (al menos de forma tradicional) bajo la vanidad de querer ser leído por medio mundo para mostrarme que puedo maravillarme con las letras de mi continente. Escribo esta reseña con el ímpetu renovado por seguir hablando de la literatura que me gusta y volverme un mediador a la medida de los libros que me fascinan. Esto me produce mucha más felicidad que pensar en un argumento ficcional para deslumbrar a un público determinado. Parte de esa libertad se la debo a Zaid, a quien devota y empecinadamente recomiendo como un baldazo de realidad y un antídoto contra las fiebres ególatras que nos coartan el amor a la palabra.

Comentarios