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Año: Tahiel Ediciones Año: 2022 Género: novela |
Luna aparece en
un reality show el día de su cumpleaños, un programa llamado «Quiero
morir de amor» que consiste en elegir a un galán entre un grupo de candidatos. Si
lo hace, la participante ganará una suma de millones de pesos. Lo que ella no
sabe es que ya conoce a quienes aspiran a conquistar (o recuperar) su amor. Y
si todo esto te suena raro, si sentís que hay algo mal en lo que te estoy
contando, es porque en efecto es así.
Tóxica es como un
episodio de Black Mirror: no es una llamada de atención para prevenir un
futuro posible, es una mirada ácida a los dispositivos discursivos de nuestro
presente. Es una obra vertiginosa y visceral. No apta para puritanos, por
cierto. Si vas a leer este libro, en mi opinión, te sugiero que lo disfrutes
como lo que es: una ficción. Con muchos momentos de violencia, sobre todo
verbal, donde lo explícito es la punta de un lenguaje brutal que intenta
enunciar una (ir)realidad más atroz.
LOS GÉNEROS EN
DISPUTA
La escritura de
Desiré está contaminada de registros convencionales: drama, policial, romance y
un resabio discreto de ciencia ficción. Todo revuelto, mezclado y comprimido en
un libro de veintitrés capítulos cortos. Tóxica tiene la practicidad
farmacéutica de una tableta de aspirinas. Cada píldora se lee en el acto. Pero
en vez de aliviar un dolor, lo acentúa.
Hay cierto
masoquismo secreto en el acto de hacer que nos duela la lengua. Que nos arda el
idioma en todo el cuerpo y a la vez que nos duela toda la boca en un beso
artero y febril.
(FUNCIÓN)
DOMINANTE Y (VOLUNTADES) DOMINADAS
La función dominante
es la sátira; la forma en cómo se nos presenta la hipocresía, la frivolidad y
el egoísmo de ciertos personajes es un indicador de cómo podemos interpretar
pasajes clave de la obra. Más que una caricaturización, es una performatividad
pornográfica. En cierto subgénero, los actores masculinos fingen ser fontaneros
(por ejemplo) e incluso realizan un acting bastante acartonado antes de
hacer la escena crucial. Para llegar del punto A (trabajador) a punto B
(fornicador) tiene que producirse un valle inquietante, un quiebre donde el
guion pone en evidencia lo artificial del trabajo.
Es evidente que
el espectador no espera ver un curso de plomería en esta clase de obras, y no
es obligatorio que el actor o la actriz principal sepan cómo reparar una
canilla. Analizado desde este ángulo, es curiosa la confluencia de trabajo,
placer, delito y poder.
En Tóxica,
los que trabajan en la producción del programa no se comportan como verdaderos
productores. Son secuestradores. Son partícipes necesarios de operaciones de
secuestro y extorsión. Desde la mirada fría de la Ley, asistimos desde el
principio a un delito que se disfraza de historia romántica. La distinción
crucial es que Desiré le da voz directa a una rehén que incluso cuando tiene
contradicciones sentimentales, sabe que el lugar en el que está parada es un
espacio de odio donde cualquier cosa puede pasar.
La exposición
de la violencia de los personajes es tan fuerte que uno siente incluso asco por
ellos. Pero este sentimiento de repugnancia que surge en la lectura es,
justamente, el morbo fundacional de un sistema mediático que nuestra sociedad
instituyó, construyó y consumió.
HORCA UMBILICAL
Somos el país
que consagró a Gran Hermano como el programa más visto de la televisión
argentina. En una versión anterior de esta reseña, lo definí como un circo: un
espectáculo masivo que supo adaptarse a la era de las redes sociales, incluso
superando los límites de «lo políticamente correcto» para cautivar tanto a las
audiencias más tradicionales como a las generaciones más jóvenes. Me equivoqué.
Gran Hermano es un patíbulo, una guillotina, una dama de hierro, un
instrumento de tortura refinadísimo que le pide al torturado que se quede
quieto para capturar el mejor ángulo.
La única
diferencia entre los siglos anteriores y el mundo posmoderno es que nos dimos
cuenta de que podemos mortificar a los condenados sin matarlos, exponiéndolos
en las redes sociales y en los canales de chimentos, forzándoles a cumplir un
contrato que creen firmar por su propia voluntad y seguir disfrutando del
espectáculo de verlos entrar y salir del puterío una y otra vez hasta que nos
aburramos.
Ni Foucault
reuniéndose con Orwell habrían imaginado un sistema de tortura tan perfecto,
donde la soga del ahorcado se convierte a su vez en atadura de placer inmediato
y cordón umbilical que lo conecta a los beneficios económicos del capitalismo
tardomoderno. No solo los pobres pueden mendigar; ahora la clase media también
puede hacerlo gracias al canje. Nos encanta ver a esta gente atada, nos
encanta atarlos y que nos aten, que nos anuden a la mercancía y a la vez ser
mercancía.
La televisión
es un sistema de tortura extraordinario donde la disidencia está obligada a
sonreír para evocar una imagen de felicidad deseable cuando todo lo demás está
hecho de asco y deseo en partes iguales.
CISTEMA
SACRIFICIAL
La diferencia
crucial en Tóxica es que Luna jamás habría aceptado participar de un reality
show. Pero el cistema necesita que lo-no-cis no solo sea
expulsado del orden normativo, sino que de vez en cuando tiene que hacer un
ritual de sacrificio para recordarle a la población que lo-no-cis no es
aceptable como identidad ni destino. «De vez en cuando» los medios de
comunicación deben mencionar que hay disidencias. Y no lo hacen por altruismo,
incluso si quienes trabajan en los medios de comunicación tienen buenas
intenciones a nivel individual o aun si pertenecen a la comunidad y tengan
perfecto conocimiento de lo que ocurre desde la militancia.
El cistema es
tan jodidamente astuto que se disfraza de empatía y dice: «Esa persona sufre
porque es trans, pero si llegó hasta aquí, es porque nuestra sociedad
está cambiando». Y la hacen pasar al estudio, la muestran ante las cámaras,
no importa que esté llorando («es que está emocionada, pobre»), porque su
presencia es el «trofeo de esa sociedad más justa e igualitaria». El cistema es
tan perverso que cada vez que triunfa una militancia, nos atrevemos a hacer mainsplaining
y a decir que fuimos nosotros (ni siquiera el nosotres) los que «por fin
entendimos».
Con el
componente de que la protagonista es una mujer trans, se da a entender por
parte de la producción que su presencia en el programa es un «indicador
positivo» de que la sociedad es «más inclusiva». Incluso llegan a querer
convencerla de que esto se hace «por el bien de Luna», quien la está pasando
fatal en una situación en la que ella no quiere ni debería estar, y está allí
contra su voluntad.
Luna no puede
sacrificarse a sí misma, porque de hacerlo, el ritual se suspende y el statu
quo se desestabiliza. Tiene que estar viva y ser humillada hasta la locura.
Tiene que ser la «tóxica» que el mundo quiere ver. Y si sigue ofreciendo
resistencia, si no quiere serlo, el cistema te «intoxica».
«RESCATA MI
CORAZÓN… QUÉDATE CONMIGO»
Ya el título
del programa en el que participa Luna pinta mal: «Quiero morir de amor». Además
de ser la parte de una canción interpretada por Manuel Wirtz en el ’94, es una
declaración de principios de todo lo que representa la idea hegemónica y
absolutista del amor romántico.
No hay viajes
en el tiempo, pero sí. Volvimos a los noventa.
«IN THE NAME OF
LOVE»
Todo lo que
ocurre allí se hace bajo la premisa de «reivindicar el amor». Humillada,
expuesta y vulnerable, Luna intentará mantenerse cuerda en esa pesadilla
interminable. El riesgo de perder la cordura no es una exageración, porque la
historia se vuelve cada vez más turbia conforme avanzan los capítulos. Yo, como
lector, tuve muchos momentos donde me sentí confundido y extrañado, porque la
narración llega a asumir dimensiones paranoicas. Hay escenas en las que dije:
«Luna debería estar huyendo de allí». O: «Esto no puede ser un programa de
televisión». Llegué a pensar que parte de esto ocurría dentro de la cabeza de
la protagonista o podría ser una alegoría del estado mental del personaje, en
plan Requiem for a Dream (2000) de Aronofsky.
Incluso podemos
pensar Tóxica justamente como el reverso de El cisne negro, solo
que en la obra de Desiré, la protagonista no quiere perseguir los sueños que le
impone el capitalismo tardomoderno, sino que quiere huir de ellos. Pero el
cistema la obliga a elegir, y todas las decisiones que tome a partir de ese
punto serán forzadas.
Esto me retrotrae
a la escritura de la novela, porque, si debo ser honesto como lector, toda esta
situación se produce de manera forzada. Literalmente, porque todo el mundo está
obligando a Luna a participar del programa. Esto también se puede interpretar
como una denuncia a los discursos del cistema donde decimos que «hoy en día
este es un país mucho más liberal». Y en términos de los avances de las
militancias disidentes, hay victorias muy concretas. Pero la cosa no avanzó lo
suficiente como para que no se necesite de un cupo laboral trans. El reality
show termina siendo una metáfora de nuestros dispositivos de organización
biopolítica. «Hola, Luna, ¿sabés? Podrías ser contadora, ingeniera o
arquitecta, pero acá está la tarasca, lo único que tenés que hacer es
participar de este juego; tranqui, que vas a poder elegir y no vamos a hacer
nada sin tu consentimiento».
Spoiler: lo hacen.
Hay escenas que
desestabilizan la verosimilitud de la narración; la primera mitad del libro es
una cosa y la segunda mitad toma una dirección muy distinta. Leí Tóxica
sin saber mucho, por lo que me sorprendió ver que Desiré refería que era un thriller.
Si bien tiene ingredientes de este género, hay una cuestión muy importante, y
es que los autores de novelas policiales se toman muchísimo tiempo para
presentar el enigma detectivesco. Aquí, en cambio, todo se da de golpe. Tan de
golpe que ni el lector se lo espera y cuando queremos empezar a armar una lista
de sospechosos hay otros personajes que empiezan a intervenir con su testimonio
y no nos dan tiempo siquiera a sospechar de nadie. Justamente el chiste es que,
como ya hay un personaje trans, la justicia ni se va a mosquear en continuar el
relato policial. Ya hay una culpable. Arréstenla. Por ende, la novela termina
saboteándose a sí misma en términos de género literario; es decir, en vez de
presentar un misterio enrevesado, los personajes ven que ocurre X y dicen:
«Luna lo hizo, caso cerrado». Pueden estar equivocados, pero Luna, por su
identidad, ya es culpable.
No sería
descabellado afirmar que la propia escritura se comporta como los productores
del reality: en pos de mantener «entretenido» al espectador, va metiendo
cada vez más cosas hasta que el libro se satura en un delirio de proporciones
lisérgicas. Solo que la escritura de Desiré no quiere «divertirnos» como lo
haría un reality show, sino que pisa el acelerador a fondo para
mostrarnos que cuando una pesadilla alcanza la velocidad de la luz, deja de ser
ocio.
Yo creo,
justamente, que este aspecto es intencional. Porque uno, como lector, siente,
como Luna, que nada está bajo control ni tampoco puede terminar de entender lo
que está sucediendo. Estamos tan desorientados como la protagonista, que, con
su locuacidad y aguda verborragia, lo único que puede hacer es dejarse llevar
por las circunstancias para ver hasta dónde llega todo.
LENGUA
KARATECA, DIRÍA MORIA
Tóxica tiene una
protagonista que no oculta su lengua afilada para tratar de caerle bien al
lector. A Luna no le importa impresionarnos con un léxico florido, sino contar
lo que le ha ocurrido en sus propias palabras. Sí, habla de su pasado, pero el
núcleo del libro no es, lo que podríamos llamar, su «historia de superación»,
porque además ella sigue lidiando con las consecuencias de una ruptura amorosa.
Esto se traduce
en una lectura bastante ágil, casi como si te estuviera hablando una amiga, y
en mi caso (que nado olímpicamente en un océano de textos complejos) se
agradece mucho. Pensé que no podría leer este libro porque no estaba en un buen
momento para seguir leyendo novelas. Tóxica terminó siendo una lectura
que disfruté, y que además tiene muchas cosas dignas de analizar.
Como decía,
esta sensación de indefensión constante ante una situación extremadamente
invasiva como lo es estar en un programa de televisión hace que dudemos de lo
que estamos leyendo y no podamos ser capaces de encuadrarlo en un género
convencional. Desiré podría huir despavorida, pero ni sabe dónde está y está
asustada. (Un aplauso para la amiga que la inscribió, por cierto; con amistades
así…)
Lo único que
tiene para defenderse son las palabras.
Luna desarrolla
una relación muy interesante con su propia lengua. Ella cuenta sus propias
desgracias con un agudo sentido del humor que puede llegar a extremos
cáusticos. Hay escrituras que se la juegan mucho a riesgo de disgustar a los
lectores que esperaban una historia lineal. Tóxica es valorable porque
Luna narra la trama como se le antoja. Ya he dicho esto en otras oportunidades:
cuando un libro no me da lo que estoy buscando, me gusta.
Hay cierta política erótica que se traza entre la obra de arte y el lector. Porque para entender la propuesta de Desiré Blair, hay que dejarnos someter por la avasallante y enrojecida lengua de Luna y dejarnos llevar por ella hasta el punto exacto en el que la realidad estalla en un orgasmo alucinatorio. Después del éxtasis, hay un período refractario donde la euforia declina y se repliega hasta que se restablece el orden del cistema. Solo que, en la novela, lo que hay al final del frenesí es el duro puño de la ley y los dedos acusadores van a apuntar a la mujer trans que lo único que pudo elegir por voluntad propia fue cómo contar lo que vivió.
Desiré Blair es un diamante en bruto. Uno al que hay que prestarle mucha atención. Ella tiene una escritura que deslumbra cuando le saca el brillo. Es una estrella de tinta en ascenso. Y si quieren leerla, háganlo de forma desinhibida y desprejuiciada, sabiendo que pueden hacer su propio circuito de lectura en correlación o al margen de esta reseña.
Dejo mucho en
el tintero. Lo demás dependerá de quienes se animen a leer lo que Desiré tiene
para ofrecernos. Que es mucho.
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