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«Waterproof» de Florencia Trimarco

 

Editorial: Alto Pogo
Año: 2018
Género: poesía


La poesía es naturaleza, no lenguaje.

Juan José Saer

 

I

Al principio, nada. No ocurre nada en el cuerpo. Lo dejo. Luego, lo vuelvo a leer. Sigue sin pasar nada, pero empieza a ocurrir. Por algo vuelvo a leer a Florencia, y no es por simpatía o compromiso. La leo, pero no quiero entenderla, porque sé que cuando eso ocurra, empezará a dolerme en cada poro todo aquello que no me ocurrió nunca y que pasa más en la vida que en los versos.

 

II

¿Cómo medir el impacto de un poema por dentro? Mejor dicho: ¿cómo examinar un fenómeno tan profundamente subjetivo como un libro de 22 poemas con el peso de haber coincidido con la autora en puntos específicos del espacio y del tiempo?

Conocer al autor antes de leer su obra suele ser problemático para mucha gente, porque uno, bajo el imperio de la afinidad, quiere mantener la diplomacia en la reseña. Sin embargo, el que no está dispuesto a brindar su percepción del hecho artístico desde la sinceridad es cobarde en su obsecuencia.

 

III

Al principio, pasó eso: nada. Luego, el miedo de que no me gustase y a la vez la certeza de que en esa nada había algo que yo me empecinaba en evitar y que Florencia me lo estaba preguntando con adorable impertinencia poética. Sin que yo lo espere, el poemario me prendió fuego. Era un fuego frío, el mismo que ardió una vez, al final, cuando tuve que desarmarme para decirle que no a alguien, un no tan grande como el silencio acuoso alrededor de los poemas de Waterproof.

 

IV

Hay varias instancias paratextuales: la contratapa de Nicolás Correa, el prólogo de Juan Pablo Bertazza, dos epígrafes (Pizarnik y Solari) y una biografía mínima donde se advierte que Florencia nació el día en que comienzan todas las primaveras. También hay una reseña de Jesica Sabrina Canto que data de 2019 y una mínima mención de la obra en un extraño texto titulado «Los Beatles, Manu Ginóbili y el absurdo poder de las estadísticas» (1/4/2019). Cito: «De un pequeño estante con libros elijo uno flaquito de poesía (Waterproof, de Florencia Trimarco). En la contratapa dice algo así como que la poesía de Florencia tiene algo de la tradición de la canción argentina, profunda en esa especie de contradicción de las melodías alegres sobre letras tristes».

El recorrido parece agotarse allí y el párrafo del cronista me es desconcertante, como el pie que pisa una mina que no estalla. Porque ni siquiera dice: «Lo hojeé». Me produce un poco de tristeza pensar que el resto del universo carece de la gloria de la que estoy gozando al escribir estas palabras.

Una recurrencia de lectura es pensar los versos de Florencia en términos musicales, en filiación con el rock, y el epígrafe del Indio («llorarás con un ojo y con el otro reirás») corrobora esa línea.

Yo pienso, en cambio, en el silencio. En el idioma mudo de una boca seca cuyo desierto no se borra con agua o alcohol. Una sequedad indeleble. Una nada árida. Lo que estoy diciendo ya lo ha dicho Florencia en pocos poemas. Refiero mi favorito:

 

¿quién dijo

que esta cerveza

limpiaría la angustia?

si mi boca se seca

cada vez más rápido

 

V

Florencia Trimarco bien pudo haber sido, en otra vida, una miniaturista. Todo lo que le interesa cabe en una lágrima. Ella podría darte un abrazo el día en que un amor te rompa en pedazos, y en él hallarías la misma textura agridulce que sus poemas. Waterproof es un abrazo portátil frente al espejo. Es la voz de amiga que te dice que quien te hace pelota no tiene voz ni voto en tu porvenir.

Pero, para eso, para llegar a esa conclusión, más intuitiva que empírica, hay que desandar(se en) la lectura, y volver a la nada previa al impacto como punto de partida.

Al principio, sí, nada. Luego, la demolición. Hay un momento, entre la construcción entera y el grito de la dinamita, donde no somos ni torre ni escombro sino una fase intermedia que normalmente dura segundos eternos. Florencia registra ese momento, uno muy pequeño, demasiado, el instante después del «se acabó» y antes de que la respiración te empiece a fallar hasta volverse llanto.

Desde afuera se ve minúsculo, y a mí me tocó verlo, muy de cerca. Hay un momento entre el amor y la nostalgia, indecible pero indeleble, imposible de resolver, imposible de...

Sí, de desambiguar.

 

VI

Al principio, nada. Luego, sigo leyendo y entiendo que la única manera de leer Waterproof es abrirme con los poemas para que me dejen pasar a ellos y a través de ellos.

 

VII

El prólogo dice: «Su libro encuentra referentes tan disimiles como Idea Vilariño, William Carlos Williams, Silvina Giaganti, Mario Trejo, Emilia Bertolé y, en cierta forma, Alejandra Pizarnik».

Yo no lo veo. Mejor dicho, no debo verlo. Debo evitar la pirueta borgeana, debo dar un volantazo y evitar atarla al peso de otros precursores. Porque lo que me ocurre en el reverso de esa nada inicial necesita desconocer la tradición literaria para valerse por sí mismo. Cuando un no te parte al medio no pensás en Neruda. Pensás (si es que pensás): «Esto no está pasando». Pero está pasando, y eso que es deja de serlo y se está yendo. Entonces, para leer a Trimarco, trato de no pensar sino en la pura imagen que me entrega. No pienso: «A ver qué recursos tiene». O: «A ver cómo escribe». Eso vendrá después, y vendrá, en todo caso, en el mejor de los casos, dentro de unos años, cuando pueda reponerme de la espuma al fondo de este trago amargo, que ya no sé si es el verso o el recuerdo o las dos cosas o ninguna. (Esta reseña, humedecida con el rocío de lo propio, no cuenta.)

O será que no puedo verlo, no solo porque no puedo introducir a Trimarco en esa constelación, sino porque lo primordial pasa por una genealogía de sentidos que solo pueden entender los que vivieron el hueco entre el fin y el llanto.

Lo que quiero decir es que lo primero que veo al leerte, Flor, es una ventana. Y una ciudad inundada de azul madrugada a través de ella. Y el tañido lánguido de los bondis al final de un insomnio. Y pienso, a medida que te leo: «Qué triste ver lo que se aleja sin tener un patio nervioso en el que caminar en círculos, qué triste que se te enrede el pulso entre tanto cemento porteño y que los ojos revoleen alrededor de lo azul de un mensaje visto en WhatsApp».

 

VIII

No ocurre nada en el cuerpo al leer. No en el mío. Miro a los demás. Tomo la poesía de Flor. Elástica en su simplicidad. Íntima, agridulce, delgada. Una neblina de tinta que podrías doblar veintidós veces y pasarla debajo de la puerta.

El artículo de Jesica Canto describe, en detalle, el criterio de composición de Waterproof. Allí se detallan las decisiones tras bambalinas, las idas y vueltas que depuraron la escritura poética de Trimarco hasta la edición de esta obra. Me intrigan los poemas exiliados, la materia que ha quedado fuera, lo que permanece al margen.

 

Se juntó con dos amigas, Micaela Gonzales, editora, y Florencia Aranda, y establecieron el orden de los poemas (que no es el que finalmente quedó). En esa primera versión del libro, Waterproof quedó como el último poema. Éste contaba con dos versiones de diferente extensión, y prevaleció la más larga, además de derivar en el título del libro.

Luego el poemario fue modificándose en un trabajo conjunto con su editor, Nicolás Correa. Los títulos de los poemas fueron sacados porque muchos estaban puestos a la fuerza, sólo para nombrarlos. Los títulos que resultaban interesantes quedaron como nombres de las partes en que finalmente se dividió el libro, que dieron coherencia a los poemas de cada sección.

 

El texto es escueto y útil. Como si alguien hubiese llorado y le hubiesen secado las lágrimas con un pañuelo. Esos poemas «puestos a la fuerza», ausentes, se fueron a vuelo de paño. Lo que queda sobre la cara de la nostalgia es Waterproof.

 

FLASHBACK

(Entretanto, Julián, que no sabe que va a escribir estas palabras, toma un trago de cerveza frente a la autora, y de tanto en tanto mueve la mano hacia donde está el maní, mientras Tomás dice algo o Macarena dice algo o Cata dice algo o Daiana dice algo y la suma de todos esos algos es una fiesta. Sabe, o intuye, porque se le está cayendo de la lengua, la historia del gran no, de un no que pudo ser un y un futuro provisorio y ya no es ni será, y de algún modo, viéndolo desde afuera, Waterproof también es esto aunque el lector no lo sepa nunca. Es la espuma, de la cerveza o el mar o de la nostalgia, que solo trae alivio cuando la compartís con almas compañeras. Otro trago leve, y luego la mira a Florencia y le dice: «Ah, cierto que no te conté…».)

 

IX

El libro —adorable y diminuto, un átomo sulfúrico, fósforo itinerante— se divide en tres segmentos: «Todo queda rozado los viernes a la tarde», «Lo que arrastran sus ojos» y «Las cosas que tus manos». Ahí mismito dice un poema: «Es difícil encontrarse/sin llevar casi nunca/lo que queremos decir/en las manos/y a veces/lo volcamos solamente/en una hoja».

Y uno se pregunta, entonces, cuánto tiempo toma extraer cada espina de locura para volverla poesía. La oración que da título a la tercera parte, «Las cosas que tus manos», tiene algo de incompletitud.

Pero te lo parece, Julián.

 

X

Decir que un poema es bueno o es malo es como tratar de definir si una ruptura amorosa lo es. Y quien te diga que «es lo mejor para vos» olvida que el no duele como la puta madre.

 

XI

Acabado este delirio que intentó ser reseña y no fue, me pareció pertinente que el lector conozca Waterproof más por sus efectos en mí que por su composición.

Los poemarios en mi biblioteca física son limitados: soy un bicho narrativo. Mientras escribo estos párrafos, ahí están Camila Pujadas (Co-Universo en equinoccio), Melisa Osuna (Siesta de verano), María Mercedes Aquilanti (Cuando el mundo todavía estaba crudo), y, en otro extremo, Sor Juana Inés de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Nicolás Guillén y el magistral César Vallejo. Seguramente estaré olvidando más títulos.

Waterproof es uno que, si debo hablar con franqueza, no pensé que me impresionaría tanto a primera hojeada. No es una lámpara que ilumina: es más un pequeño cuchillo azul para sacarse una bala del pecho.

(—Pero te lo parece, Julián. Cada lector hará su propio camino. Y, además, la herida que se reabre es la tuya.)

A pocos años de su publicación, este libro tiene cosas interesantes para decirnos. Pero no te la puede decir en todos los tiempos ni en cualquier momento ni de cualquier modo. Al principio, según el momento, puede que no sientas nada, así que cada poema requiere, para mí, cierta atención especial, para terminar de ver lo que hay detrás. No dije: «Ah, qué majestuoso este poema». No pude, no lo hice. No es glorioso que se te corran los colores. Pero se puede hacer arte con eso.

No tenés que decir nada, realmente.

Solo dejar que se te hundan esos 22 poemas en la respiración y, tal vez, puedas oír, bajo la piel de esos versos, el tono exacto de alguien que estira la mano para darte un consuelo a prueba de tormentas.


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