La literatura es un estado de crisis permanente. Hija de la insurgencia de una o varias lenguas en disputa por el derecho a hacerse arte, emancipándose de la jurisdicción de lo socialmente convencional. Es la lengua extrañada de sí misma que desconociéndose se muerde con fuerza las venas hasta desangrarse, a riesgo de someterse a las miradas anticoagulantes de generaciones enteras de lectores que le prohiben cicatrizarse. Ante la crisis se alza la palabra, no siempre escrita al abrir sus alas, ni individual en el arrojo de la primera piedra, pero que acaba anidando en la letra. Ni dioses, ni musas, ni duendes. La palabra surge, sugiere Chomsky, de lo hondo de los genes, de la facultad innata del lenguaje, de la gramática universal palpitando en el cerebro. En ordinarias circunstancias, todo el mundo sabe hablar antes de saberlo. La sinergia en comunidad nos ayuda a aclimatarnos para adaptarnos a las temperaturas de las lenguas nativas; los niños reconocen estructuras gramaticales compl...